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6 de junio de 2013

El Teque del Hipocrituqui

Publicado en GLADIOLOSOY.ORG el 8 de Diciembre de 2011

Corrían los años medios de la década sexta del siglo veinte, cuando el cubano 1% ataviado en verde olivo – y cuya arrogancia afiebrada de superioridad no lo hacía más capacitado que sus predecesores en levitas negras – arreciaba su acorralamiento del otro 99%.

Eran los tiempos de Pello el Afrokán combatiendo, con “gran audacia”, al grupo musical imperial conocido como los Beatles; de la introducción de su ritmo Mozambique en la Universidad de La Habana “como un muro de contención” contra quienes “estaban invadiendo el mundo sin permiso”. Así lo afirmaba Rafael Lam – para Gramma Internacional en septiembre 25 del año 2000 – en un artículo que apareció también en el sitio AfroCubaWeb.

Esta afirmación bien fundada del señor Lam – acerca del uso beligerante del audio – puede corroborarse con un escrito sobre armas sónicas o ultrasónicas publicado en Wikipedia. Entre otras cosas, en éste se explica que “armas sónicas y ultrasónicas (AUS) son aquellas de diversos tipos que usan el sonido para dañar, incapacitar o matar a un oponente”. Creo posible, ciertamente, que un muro de contención integrado por trompetas atronadoras, bongoes desaforados, y tambores batá ultrasónicos – como el desplegado por Pello el Afrokán con su aparatosa y estridente orquesta – puede causar al ser humano lesiones irreparables. Al menos – teorizo yo – a los tímpanos imperiales desacostumbrados. Ni qué hablar del daño colateral ocasionado – a la capacidad de concentración del enemigo – por tantas caderas, pechos y traseros de bailarinas acompañantes moviéndose rítmicamente frente a ellos. Además, ¿debemos olvidar los beneficios a la situación política interna? ¿De qué otro modo, sino “entusiásticamente”, podían responder los jóvenes de la Universidad de La Habana a las cualidades y encantos musicales de las coristas del ritmo Mozambique? ¡Qué Beatles ni qué ocho cuartos!

Recuerdo – muy particularmente – el tema lírico de una de las tantas canciones y presentaciones lujuriosas del Pello. Olvidé el nombre, y casi toda la letra, pero no el estribillo que las bailarinas coreaban mientras le lanzaban miradas lascivas e insinuadoras al artista: “… dame tu chocolaaaate… da, da, dadada… dame tu chocolaaaate… da, da, dadada… y bis hasta el infinito.



Arelina S., Marta D. y yo fuimos compañeritos inseparables en la secundaria. Como casi todos los adolescentes a esa edad, éramos unos verdaderos esperpentos en todos los sentidos. Que recuerde, Arelina era larguirucha, dientona y con cara de galleta, pero lista y vivaracha; Marta era grandota y fofa, media bobalicona, aunque chistosa y buena gente; y yo era un requeteflaco amanerado y pusilánime con cabeza de puntilla, cuya amabilidad e ingenuidad no me impedía captar la coña escondida en algunas adulaciones de ciertos adultos (¡Oh… él es taaaan fino!).

Fiestear era lo máximo para divertirse. Cualquier lugar era bueno para ello, pero bailar en casa de Arelina o Marta era lo bacán. Las familias eran tolerantes, y sus casas bien plantadas eran idóneas para nuestro bailoteo alocado. Una de esas noches alegres y despreocupadas – prior a que la escasez engravara feamente las normas de conducta de quienes comenzaron a sustraer hasta los enseres domésticos de sus anfitriones – Alejandro, un mulato fornido y jacarandoso del aula, retorcía gustosamente su cuerpo al compás del estribillo antes mencionado. Inconscientemente, parece que algo hizo clic en el cerebro “bobalicón” de Marta, quien acercándosele también jacarandosa comenzó a imitar las contorsiones del muchacho, mientras cantaba al unísono con el gramófono “… dame tu chocolaaaate… da, da, dadada… dame tu chocolaaaate… Todos paramos de bailar al instante para reírnos a mandíbula batiente y observar la escena. En el centro de la sala, quieto ahora, los brazos cruzados en el pecho, la cabeza ladeada y mirándola con una expresión pícara en el rostro, Alejandro le espetó quedo – para evitar que lo dicho trascendiera a los adultos en la habitación contigua – Marta, ¿es verdad que quieres mi chocolate?

Las carcajadas arreciaron, y la tez lechosa de mi condiscípula cobró la cualidad de un foco rojo intermitiendo. Payasa como ella era, con las manos alzadas, abiertas y colocadas a ambos lados de su rostro en gesto de estupor – como descubierta in fraganti – Marta contorsionaba su boca, y giraba los ojos en todas direcciones, buscándole una salida recatada a la situación. De pronto, se le ocurrió decir de un tirón: ¡No, no, no, no, no, no… yo no me refería a ESE (con inflexión) chocolate! ¡Yo quise decir el chocolate de CAFÉ CON LECHE! Con esa explicación más embarazosa que el desliz inicial, pero mucho más cómica, la risotada fue explosiva.

En realidad, toda aquella tontera divertida era saludable para la dinámica individual y social del grupo: contribuía al despertar de experiencias sensuales muy reales que – en la punta de nuestras narices – muchos jóvenes a menudo evitan debido a miedos y prejuicios traspasados de generación en generación.

Traigo a colación esta historia real después de leer – en diversos medios informáticos – acerca del cañoneo multilateral que ha recibido el video musical Chupi Chupi de Osmani García. La gama colorida de negatividad crítica ha sido muchísimo más amplia que la del arcoíris de la diversidad.
Según el viejo refrán, los extremos se tocan. Para el extremista de derecha, el video es una señal sintomática de la corrupción moral instilada en Cuba por el régimen dictatorial de los Castros. Según su contraparte en la izquierda – incluyendo altos funcionarios del gobierno en Cuba – es una aberración cultural capitalista, otro enquistamiento desafortunado en el volteriano Mejor de los Mundos Posibles cubano. O como fue mejor expresado por uno de los detractores del video:

El Che Guevara diseño al Hombre Nuevo, uber* revolucionario que transformaria no solo a Cuba, sino a Latinoamerica y al mundo entero.Pero la cria de este uber semental es una quimera retrograda y contrarrevolucionaria, dedicada al sexo y la diversion.¡Gracias Fidel! (sic)"
* Uber. Ver en Wikipedia una interesante explicación de este término de origen germánico, y cuya connotación fascistoide es cierta.

Chupi Chupi tiene – desde la perspectiva del género y el público juvenil al que se dirige - calidad artística y formal, a pesar de prolongarse innecesariamente. La coreografía – y la escenografía utilizada para enmarcarla – es simple, fresca y bien ejecutada. El cantante es dinámico, sonoro e integrado convincentemente al escenario. La ejecución de la fotografía es excelente: el color es fuerte y vibrante; los tiros de cámara son variados y dinámicos, añadiendo valor al entretenimiento. El hip hop no es una forma de expresión musical al cual me suscribo. Tampoco la vulgaridad o – en unos algunos casos – la criminalidad que algunos interpretes proyectan en sus líricas. Yoani Sánchez apunta que si no todos los medios de comunicación estuviesen controlados por el estado - y el partido comunista cubanos - si hubiesen otros espacios para este tipo de expresiones artísticas, la difusión de esta clase de expresión artística no se vería como si el estado, o el mismísimo partido comunista, los estuviese rubricando. Además, existen horarios – y otros medios efectivos de control – que regulen la trasmisión de estos materiales controversiales, sin tener que censurarlos completamente.

Lo apuntado por Sánchez es muy importante indiscutiblemente, pero el asunto va más allá del aspecto político e ideológico. La cuestión tiene que ver también con una realidad social que muchos cubanos, sobre todo los que se desenvuelve en los círculos de la llamada intelligentsia, todavía rechazan hipócritamente, desprecian, y se niegan a incorporar – o al menos tolerar – en su visión de nuestra realidad: la preponderancia que tiene la sexualidad en el carácter del cubano, y cómo este tema se expresa en las diferentes manifestaciones culturales cubanas. Aunque hay quienes lo desearan, la flema británica no es lo nuestro; ni el puritanismo es la base espiritual o religiosa de nuestra esencia: sincrétismo o mezcolanza en todos los ordenes, sí lo es. Los motivos de esta percibida lubricidad que nos condiciona – y que algunos hasta llegan a considerarla una aberración sexual – es materia de análisis y estudios para expertos. Pero también lo debiera ser las motivaciones detrás de tal reacción contraria – a la legitimidad de esta cualidad – por parte de algunos sectores de ideología purista. No sé, pero quizás si el cubano tuviese un mejor bienestar económico; si existiesen más opciones para ocupar la mente, el espíritu y el cuerpo – sobre todo para los jóvenes – el festear y sexar no tuvieran tanta preponderancia evasiva en la vida del ciudadano enclaustrado en la isla. Sobre todo, cuando los órganos sexuales pueden ofrecer un disfrute gratuito, asequible a cualesquiera, en cualquier lugar y momento.

Los cubanos no somos los únicos gozadores – ni tampoco exclusivos en cuanto a propensión lúbrica – como algunos gustan alardear o reprobar. La sensualidad, sobre todo la relacionada con el sexo, es una característica común a todos los pueblos, pero particularmente a los de raíz latina. Brasil es un buen ejemplo de disfrute relajado, de aceptación realista de la sexualidad a todos los niveles de la sociedad. Ello no ha afectado el auge económico y social que el país ha alcanzado actualmente; por el contrario, ha contribuido a crear condiciones más propicias para la salud física, mental y emocional de sus ciudadanos.

Pero regresando a la lírica controvertida de Chupi Chupi, la letra de la canción no ha sido – a pesar de la crudeza que contiene – presentada al público en crudo por el artista (haciendo uso el concepto en crudo ofrecido por el buscón de la Real Academia Española). Es decir, Osmani García no ha roto los cánones encubridores – los trucos de humo y espejo utilizados durante décadas por muchísimos autores y agrupaciones musicales cubanas – para confundir o esconder mensajes libidinosos que han sido siempre tolerados y disfrutados popularmente. Esto es fácil de comprobar si buscamos en la discografía, y en los textos que recogen la historia de todos nuestros géneros musicales, incluyendo la música campesina. Como ejemplo ofrezco – de mi baúl de reliquias familiares – esta canción inmemorial campesina, interpretada por un grupo que amenizaba fiestas en poblados villaclareños:

Calló postrada en su lecho
Doña Berena Vicente
quejándose amargamente
de un gran dolor en el pecho.
Y después de haberse hecho
un cocimiento de sosa,
se le corrió una ventosa
y se tomó una sangría,
y Doña Berena decía
que le dolía una cosa.
No dándole resultado
los cocimientos caseros
mandó a buscar a Cisneros
el médico del poblado.
El doctor muy asustado
le dice, ¿qué tal Berena?
y ella contesta con pena
doctor no se fije en mí
póngame la mano aquí
y verá lo que me suena.
El doctor con el más grato
gesto de su profesión
le adaptó la posición
y le aplicó el aparato.
Se lo tuvo puesto un rato,
y la vieja quejumbrosa,
le dijo con la voz llorosa:
aunque le dé más trabajo
póngamelo más abajo
que es donde tengo la cosa.
Entonces dice el galeno:
Doña Berena yo noto
que usted tiene el cable roto
y que el magneto no anda bueno.
Le falta el teipe al freno,
se le sale el radiador,
le falla mucho el motor,
el aceite se detiene,
le falta corriente y tiene
cenizas el carburador…

En el caso de Chupi Chupi, el autor no usa alegorías ni metáforas que camuflen la lascivia del mensaje. En lugar de ello, utiliza recursos fonéticos que resultan válidos y simpáticos: el uso de vocales cerradas (i – u), junto a las consonantes (t – q). De este modo oculta la crudeza de vocablos o frases comprometedoras en la canción que harían imposible su interpretación pública. Claro, si el texto real es pregonado en una campaña que busca desacreditar al autor – o defender el prestigio de una ideología, etc. – transcribiéndolo abiertamente para resaltar su vulgaridad (existen videoclips subtitulados en YouTube que hacen esto), entonces el video si está condenado a ser censurado... nacionalmente. Porque en el extranjero – con una realidad que no está tan secuestrada por la uber sicología de unos pocos –... en el extranjero se le está $acando plata.