Páginas

4 de junio de 2013

LA YEGUA: Una crónica amarilla de Norberto Fuentes.

Publicado en GLADIOLOSOY.ORG el 25 de Mayo de 2011

La última vez que visité Miami fue en 1994. En realidad, estuve allí dos veces ese año. La primera, para ir a ver a mi padre, quien había venido recientemente de Cuba a visitarnos. La impresión que recibí al verlo – después de su última visita dos años antes – no la olvidaré jamás. Al momento de abrazarlo, su cuerpo demacrado se perdió entre mis brazos. Casi pude tocarme los hombros con los dedos de ambas manos de tanto vacío corporal en él. Pesaba menos de noventa libras en ese momento. La segunda visita, para asistir a su funeral unas semanas más tarde. Murió de improviso de un fallo cardiáco – a los setenta y seis años – el día antes de regresar a la isla. Había ganado casi veinte libras, y sus flácidas mejillas estaban coloreadas ahora gracias al maquillaje mortuorio. Lo que lo diezmó realmente – aparte de los achaques propios de la edad y el desgaste constante de una vida a contracorriente – fue la congoja de tener que regresar a la tundra tropical cubana de aquel Período eufemísticamente tan Especial.

No sé como fui a dar a casa de Luis Vega durante mi primera estancia. Él había sido un compañero de trabajo en mis tiempos como realizador gráfico en el ICAIC. Y digo no sé como fui a dar a su casa porque nuestra relación, basada meramente en asuntos de nuestro común oficio, no había concluido en buenos términos por esos mismos motivos. Pero el tiempo había pasado, y el recelo de mi parte había menguado. Lo principal, mi admiración y reconocimiento hacia su trabajo, permanecían intactos. Luis era un detallista y un miniaturista nato, de ahí que crear sellos de correos era una de sus habilidades más importantes. Yendo de un tema de conversación a otro, Luis sacó a colación el libro de Edmundo Desnoes Los Dispositivos en la Flor. Hojeándolo, salió a relucir un cortísimo escrito titulado La Yegua, de Norberto Fuentes, desconocido para mí, y el cual captó mi disimulada atención inmediatamente. Nos separamos esa tarde con su promesa de encontrarme una copia del libro, lo cual él cumplió antes de marcharme de la ciudad.

La Yegua, de Norberto Fuentes, es uno de los escritos compilados por Desnoes en el mencionado libro. En aquellos tiempos, aunque ya había asumido mi homosexualidad, el proceso de identificación no estaba completado. Lo sombreaba todavía la incertidumbre en cuanto a la licitud de expresarla abiertamente. Eso sí, ya poseía atisbos de normas morales – conformadas a la conducta homosexual – que me percataban de la propiedad o no de algo cuando era presentado a mi juicio. La lectura de esta crónica breve del señor Fuentes – atrevidamente enmarcada en el ambiente cubano de los primeros años de la revolución – me produjo un sinsabor que no supe explicarme en ese momento. El malestar provocado no provenía solamente de los hechos ocurridos – y el desenlace trágico de la historia – sino también por la morbosidad utilizada por el narrador al contar su experiencia. Aunque – repito – no me percaté conscientemente de esto último durante esa primera lectura. Por muchos años, el espíritu trágico del personaje de La Yegua permaneció – encerrado y olvidado – en el establo de mi copia de Los Dispositivos en la Flor.

Yegua – hembra del caballo – es una de las muchas formas de escarnio utilizadas en Cuba para afrentar gratuitamente al homosexual; o para que el “macho” manifieste subliminalmente su predominio sobre él. Algo similar a lo que sucede con la mujer - pero oblicuamente en este caso - cuando el "macho" asienta su poder sobre ella. La particularidad peroyativa de "yegua" ayuda a esconder la lascivia de quien persigue el sexo sin fronteras. Pero simultáneamente, por medio de esa burla el "macho" hace notar interés, y establece su rol en relación a la "hembra". En fin… es una herramienta más de acoso utilizada para tantear la reacción de quien es objeto de deseo homoerótico.

Debo reconocerlo, existe un vínculo emocional – entre la crónica del señor Fuentes y una experiencia personal – con respecto a la injusticia asociada al uso peyorativo del término yegua. Tiene que ver con un infame episodio que viví – a causa de una simple melena – a manos de policías, con similar actitud, en una larga y humillante noche de prisión habanera (ver Pelo’e Yegua en Blogger). Por esa razón decidí sacar a pastar libremente a "La Yegua", para que mis lectores – quizás con una perspectiva diferente – pudieran juzgar como esa vida, dedicada a un ideario, no fue lo suficiente importante como para evitarle la vergüenza – causada por la humillación y la intolerancia – que lo llevó a inmolarse, o peor aún, a ser asesinado.

Esencialmente, esta era la idea que parecía traer a colación la historia del escritor Norberto Fuentes: redimir a un ser humano destruido y desperdiciado insensatamente. Digo parecía porque - inicialmente - esa fue mi creencia naíf en cuanto a la motivación que había impulsado al cronista a escribirla. Hasta que, como parte del proceso creativo de este comentario, leí varias veces La Yegua. Pero esta vez con más cuidado, y con una visión analítica más racional que emocional. Sabía del trabajo literario bien reconocido de Norberto Fuentes, pero nunca había leído un libro suyo. Aclaro, nada personal. Sólo que nunca sucedió, sin que hubiese motivo alguno en particular.

Lo primero que llamó mi atención, en la segunda y sucesivas lecturas de La Yegua, fue el tono personal tan sensual – como alguien que disfrutaba eróticamente los acontecimientos – empleado por el narrador al inicio cuando sentaba la atmósfera de su historia. Lo segundo que me llamó la atención fue la perspectiva de chismografía empleada al estructurar los hechos y poner en moción los caracteres. Siguiendo ese enfoque, puede notarse la manera como el cronista exterioriza sus emociones íntimas: la amañada alarma que le ocasiona el modo de sentarse – y la expansión de las fosas nasales como yegua en celo – del "desorbitado" cartógrafo. O la subjetiva complicidad atribuida al comandante, cuando detalla sus reacciones, emperramiento e intento de encubrir a su asistente. O, después de describirse a sí mismo como un mayimbe*, pretendiendo sorpresa cuando el capitán – cuya hombría creía haber sido injuriada por los avances del cartógrafo – vociferaba las ganancias materiales que había ordeñado de su rango por ser un bragao*. Después de ocurrida la tragedia - y un hiato de tres días cargados de interrogantes sin clarificaciones, Norberto Fuentes desenlaza su historia dejando a un lado el factor humano. Sólo lo utiliza para hacer hincapié aún más en una insinuación final a lo prensa amarilla: ¿Cuán posible es colocarse el cañón de una metralleta en un oído y – después del primer disparo – continuar apretando el gatillo hasta vaciar el peine de balas? ¿Suicidio, o asesinato pasional de una yegua? ¿Crónica del testigo de una tragedia humana, o crónica del testigo sensacionalista de un crimen encubierto?

LA YEGUA
Era una noche de lluvias y en esas noches las hembras se ponen en celo y se descomponen y piden un macho con la mirada y del cuerpo le salen las ganas como el rocío a la madrugada.
El comandante había paralizado las operaciones desde la tarde aunque había dejado el cerco que era de veinte kilómetros porque él agarraba de todas maneras a Juan Gerónimo.
En el sitio del Venao se estaba bien y nosotros los mayimbes decidimos no mojarnos tanto. Adentro del sitio había un radio RCA y un altar con muchas velas que nos daba luz. El piso era de tierra. El Venao repartió café y el comandante quiso un poco de raspita de arroz que quedaba al fondo de la cazuela y el Venao se la sirvió en un platico de dulces. Después vino la Wyllis de Seguridad y cargó con el Venao. La casa era de buenos horcones y techo de zinc.
Antes de dormirnos, el capitán Bayamo repartió una docena de tabaquitos y contó otra vez lo del afusilado que creía que lo iban a romper de mentiritas con esas balas que usan en las películas y se sorprendió mucho cuando sintió los plomos adentro.
El comandante quiso aclarar bien las operaciones de por la mañana y le dijo al topógrafo que enseñara el mapa. El topógrafo abrió el mapa en el suelo y la cartulina sonó gorda y bonita. El mapa lo cercamos con las velitas del altar; él se había batido con nosotros a lo macho y había visto a los ñámpitis4 con la cabeza desflorada y los pedazos de cerebro regados afuera como si fueran rebanadas de cebolla, y bueno, nosotros creíamos que era bragao igual que todos.
Pero cuando se sentó en el taburete y el comandante hablaba, cruzó las piernas y las puso muy junticas y yo le miré la nariz y abría mucho los huecos y yo pensé, ¿qué le pasa al topógrafo este, que luce desorbitado?
Dormimos todos en las casa y es cierto que apretada estaba. A medianoche el capitán dijo que le pusieran cerca de las velitas porque le habían agarrado la portañuela.
El comandante se emperró y dio diez puñetazos en la pared y otras diez patadas en el piso y dijo que parecía mentira que se pensara así del topógrafo, que era un roce, una voltereta del sueño, que éramos muchos en tan poco lugar y que todos los allí presentes eran bragaos probados.
Pero que era una noche de lluvia y la hembra estaba en celo. A medianoche hizo otro roce de esos y el capitán se arrancó los grados del cuello y gritó: ¡por estas tres barras yo tengo Buick grande, pistola de veinte tiros, casa en el Nuevo Vedado, mujer rubia que nunca huele a potrero! – y así dijo una lista muy grande de cosas que yo no sabía que se podían tener por tres barras y al final de la lista cogió al topógrafo por el cuello y respiró cuando dijo: ¡esta yegua se ha encarnado conmigo, yo le gusto, qué desgracia la mía, mire usted comandante, que me la agarró otra vez!
El comandante se puso rojo porque era la segunda vez que lo despertaban y porque él no quería yeguas allí. La mañana vino buena y como si la lluvia no hubiera caído aunque la humedad seguía y los cigarros estaban fofos. Lo más molesto fue a los tres días cuando vinieron la madre y la novia y que venían de negro y yo no sabía decirles palabra de por qué el muchacho se había metido el cañón de la metralleta en la oreja agotando el racimo completo de balas.
FIN

1.- Bretero – En el léxico cubano: la mujer o el hombre que disfruta del chisme, de la reticencia, de la insinuación o de la indirecta para dar a entender algo más de lo que expone explícitamente. En Cuba – como suele ocurrir en cualquier otra sociedad – el bretero existe, y utiliza su capacidad informativa y enredadora, en todas las profesiones y en todos los niveles sociales.

2.- Mayimbe – En el léxico cubano: cualquier personaje militar o civil – de alto rango en su categoría – al cual se le facilitan prebendas.

3.- Bragao – Calificativo, muy usado en Cuba, que establece el puntaje de valentía ganado a osadas por cualquier persona.

4.- Ñampiti – Muerto, cadáver.