Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Ministro del Gobierno Revolucionario y Secretario del PURSC, como conclusión
de las reuniones con los intelectuales cubanos, efectuada en la
Biblioteca Nacional el 16, 23 y 30 de junio de 1961.
FIDEL CASTRO RUZ
Compañeras y compañeros:
Después de tres sesiones en que se ha estado discutiendo este problema, en que se han planteado muchas cosas de interés, que muchas de ellas han sido discutidas aunque otras hayan quedado sin respuesta —aunque materialmente era imposible abordar todas y cada una de las cosas que se han planteado—, nos ha tocado a nosotros, a la vez, nuestro turno; no como la persona más autorizada para hablar sobre esta materia, pero sí, tratándose de una reunión entre ustedes y nosotros, por la necesidad de que expresemos aquí también algunos puntos de vista.
Teníamos mucho interés en estas discusiones. Creo que lo hemos demostrado con eso que llaman "una gran paciencia" (RISAS). Y en realidad no ha sido necesario ningún esfuerzo heroico, porque para nosotros ha sido una discusión instructiva y, sinceramente, ha sido también amena.
Desde luego que en este tipo de discusión en la cual nosotros formamos parte también, los hombres del gobierno —o por lo menos particularmente en este caso, en el mío— no estamos en las mejores ventajas para discutir sobre las cuestiones en que ustedes se han especializado. Nosotros, por el hecho de ser hombres de gobierno y ser agentes de esta Revolución, no quiere decir que estemos obligados ...Quizás estamos obligados, pero en realidad no quiere decir que tengamos que ser peritos sobre todas las materias. Es posible que si hubiésemos llevado a muchos de los compañeros que han hablado aquí a alguna reunión del Consejo de Ministros a discutir los problemas con los cuales nosotros estamos más familiarizados, se habrían visto en una situación similar a la nuestra.
Nosotros hemos sido agentes de esta Revolución, de la revolución económico-social que está teniendo lugar en Cuba. A su vez, esa revolución económico-social tiene que producir inevitablemente también una revolución cultural en nuestro país.
Por nuestra parte, hemos tratado de hacer algo. Quizás en los primeros instantes de la Revolución había otros problemas más urgentes que atender. Podríamos hacernos también una autocrítica al afirmar que habíamos dejado un poco de lado la discusión de una cuestión tan importante como esta.
No quiere decir que la habíamos olvidado del todo: esta discusión —que quizás el incidente a que se ha hecho referencia aquí reiteradamente contribuyó a acelerarla— ya estaba en la mente del gobierno. Desde hacía meses teníamos el propósito de convocar a una reunión como esta para analizar el problema cultural. Los acontecimientos que han ido sucediendo —y sobre todo los últimos acontecimientos— fueron la causa de que no se hubiese efectuado con anterioridad. Sin embargo, el gobierno revolucionario había ido tomando algunas medidas que expresaban nuestra preocupación por este problema.
Algo se ha hecho, y varios compañeros en el gobierno en más de una ocasión han insistido en la cuestión. Por lo pronto puede decirse que la Revolución en sí misma trajo ya algunos cambios en el ambiente cultural: las condiciones de los artistas han variado.
Yo creo que aquí se ha insistido un poco en algunos aspectos pesimistas. Creo que aquí ha habido una preocupación que se va más allá de cualquier justificación real sobre este problema. Casi no se ha insistido en la realidad de los cambios que han ocurrido con relación al ambiente y a las condiciones actuales de los artistas y de los escritores.
Comparándolo con el pasado, es incuestionable que los artistas y escritores cubanos no se pueden sentir como en el pasado, y que las condiciones del pasado eran verdaderamente deprimentes en nuestro país para los artistas y escritores.
Si la Revolución comenzó trayendo en sí misma un cambio profundo en el ambiente y en las condiciones, ¿por qué recelar de que la Revolución que nos trajo esas nuevas condiciones para trabajar pueda ahogar esas condiciones? ¿Por qué recelar de que la Revolución vaya precisamente a liquidar esas condiciones que ha traído consigo?
Es cierto que aquí se está discutiendo un problema que no es un problema sencillo. Es cierto que todos nosotros tenemos el deber de analizarlo cuidadosamente. Esto es una obligación tanto de ustedes como de nosotros.
No es un problema sencillo, puesto que es un problema que se ha planteado muchas veces y se ha planteado en todas las revoluciones. Es una madeja —pudiéramos decir— bastante enredada, y no es fácil de desenredar esa madeja. Es un problema que tampoco nosotros vamos fácilmente a resolver.
Los distintos compañeros han expresado aquí un sinnúmero de puntos de vista, y los han expresado cada uno de ellos con sus argumentos.
El primer día habla un poco de temor a entrar en el tema, y por eso fue necesario que nosotros les pidiésemos a los compañeros que abordaran el tema, que aquí cada cual explicara sus temores, que aquí cada cual dijera lo que le inquietaba.
En el fondo, si no nos hemos equivocado, el problema fundamental que flotaba aquí en el ambiente era el problema de la libertad para la creación artística. También cuando han visitado a nuestro país distintos escritores, sobre todo no solo escritores literarios, sino escritores políticos, nos, han abordado esta cuestión más de una vez. Es indiscutible que ha sido un tema discutido en todos los países donde han tenido lugar revoluciones profundas como la nuestra.
Casualmente, un rato antes de regresar a este salón, un compañero nos traía un folleto donde en la portada o al final aparece un pequeño diálogo sostenido con nosotros por Sartre y que el compañero Lisandro Otero recogió con el título de "Conversaciones en la Laguna", en Revolución, martes 8 de marzo de 1960. Una cuestión similar nos planteó en otra ocasión Wright Mills, el escritor norteamericano.
Debo confesar que en cierto sentido estas cuestiones nos agarraron a nosotros un poco desprevenidos. Nosotros no tuvimos nuestra "Conferencia de Yenán" con los artistas y escritores cubanos durante la Revolución. En realidad esta es una revolución que se gestó y llegó al poder en un tiempo —puede decirse— récord. Al revés de otras revoluciones, no tenía todos los problemas resueltos. Y una de las características de la Revolución ha sido, por eso, la necesidad de enfrentarse a muchos problemas apresuradamente.
Y nosotros somos como la Revolución, es decir, que nos hemos improvisado bastante. Por eso no puede decirse que esta Revolución haya tenido ni la etapa de gestación que han tenido otras revoluciones, ni los dirigentes de la Revolución la madurez intelectual que han tenido los dirigentes de otras revoluciones.
Nosotros creemos que hemos contribuido en la medida de nuestras fuerzas a los acontecimientos actuales de nuestro país. Nosotros creemos que con el esfuerzo de todos estamos llevando adelante una verdadera revolución, y que esa revolución se desarrolla y parece llamada a convertirse en uno de los acontecimientos importantes de este siglo. Sin embargo, a pesar de esa realidad, nosotros, que hemos tenido una participación importante en esos acontecimientos, no nos creemos teóricos de las revoluciones ni intelectuales de las revoluciones.
Si los hombres se juzgan por sus obras, tal vez nosotros tendríamos derecho a considerarnos con el mérito de la obra que la Revolución en sí misma significa, y sin embargo no pensamos así. Y creo que todos debiéramos tener una actitud similar. Cualesquiera que hubiesen sido nuestras obras, por meritorias que puedan parecer, debemos empezar por situarnos en esa posición honrada de no presumir que sabemos más que los demás, de no presumir que hemos alcanzado todo lo que se puede aprender, de no presumir que nuestros puntos de vista son infalibles y que todos los que no piensen exactamente igual están equivocados. Es decir, que nosotros debemos situarnos en esa posición honrada, no de falsa modestia, sino de verdadera valoración de lo que nosotros conocemos. Porque si nos situamos en ese punto, creo que será más fácil marchar acertadamente hacia adelante. Y creo que si todos nos situamos en ese punto —ustedes y nosotros—, entonces, ante esa realidad, desaparecerán actitudes personales y desaparecerá esa cierta dosis de personalismo que ponemos en el análisis de estos problemas.
En realidad, ¿qué sabemos nosotros? En realidad nosotros todos estamos aprendiendo. En realidad nosotros todos tenemos mucho que aprender.
Y nosotros no hemos venido aquí, por ejemplo, a enseñar. Nosotros hemos venido también a aprender. Había ciertos miedos en el ambiente, y algunos compañeros han expresado esos temores. En realidad a veces teníamos la impresión de que estábamos soñando un poco, teníamos la impresión de que nosotros no hemos acabado de poner bien los pies sobre la tierra. Porque si alguna preocupación a nosotros nos embarga ahora, si algún temor, es con respecto a la Revolución misma. La gran preocupación que todos nosotros debemos tener es la Revolución en sí misma. ¿O es que nosotros creemos que hemos ganado ya todas las batallas revolucionarias? ¿Es que nosotros creemos que la Revolución no tiene enemigos? ¿Es que nosotros creemos que la Revolución no tiene peligros?
¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación de todo ciudadano? ¿La preocupación de que la Revolución vaya a desbordar sus medidas, de que la Revolución vaya a asfixiar el arte, de que la Revolución vaya a asfixiar el genio creador de nuestros ciudadanos, o la preocupación por parte de todos debe ser la Revolución misma? ¿Los peligros reales o imaginarios que puedan amenazar el espíritu creador, o los peligros que puedan amenazar a la Revolución misma?
No se trata de que nosotros vayamos a invocar ese peligro como un simple argumento. Nosotros señalamos que el estado de ánimo de todos los ciudadanos del país y que el estado de ánimo de todos los escritores y artistas revolucionarios, o de todos los escritores y artistas que comprenden y justifican a la Revolución, es qué peligros puedan amenazar a la Revolución y qué podemos hacer por ayudar a la Revolución.
Nosotros creemos que la Revolución tiene todavía muchas batallas que librar, y nosotros creemos que nuestro primer pensamiento y nuestra primera preocupación debe ser qué hacemos para que la Revolución salga victoriosa. Porque lo primero es eso: lo primero es la Revolución misma. Y después, entonces, preocuparnos por las demás cuestiones.
Esto no quiere decir que las demás cuestiones no deban preocuparnos, pero que el estado de ánimo nuestro —tal como es al menos el nuestro— es preocuparnos fundamentalmente primero por la Revolución.
El problema que aquí se ha estado discutiendo —y que lo vamos a abordar— es el problema de la libertad de los escritores y de los artistas para expresarse. El temor que aquí ha inquietado es si la Revolución va a ahogar esa libertad, es si la Revolución va a sofocar el espíritu creador de los escritores y de los artistas.
Se habló aquí de la libertad formal. Todo el mundo estuvo de acuerdo en el problema de la libertad formal. Es decir, todo el mundo estuvo de acuerdo —y creo que nadie duda— acerca del problema de la libertad formal.
La cuestión se hace más sutil y se convierte verdaderamente en el punto esencial de la cuestión, cuando se trata de la libertad de contenido. Es ahí el punto más sutil, porque es el que está expuesto a las más diversas interpretaciones. Es el punto más polémico de esta cuestión: si debe haber o no una absoluta libertad de contenido en la expresión artística.
Nos parece que algunos compañeros defienden ese punto de vista. Quizás el temor a eso que llamaban prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas, autoridades para decidir sobre la cuestión.
Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad, que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de alguno es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser.
¿Dónde puede estar la razón de ser de esa preocupación? Puede verdaderamente preocuparse por este problema quien no esté seguro de sus convicciones revolucionarias. Puede preocuparse por ese problema quien tenga desconfianza acerca de su propio arte, quien tenga desconfianza acerca de su verdadera capacidad para crear.
Y cabe preguntarse si un revolucionario verdadero, si un artista o intelectual que sienta la Revolución y que esté seguro de que es capaz de servir a la Revolución puede plantearse este problema. Es decir, que el campo de la duda no queda ya para los escritores y artistas verdaderamente revolucionarios; el campo de la duda queda para los escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sientan tampoco revolucionarios (APLAUSOS).
Y es correcto que un escritor y artista que no sienta verdaderamente como revolucionario se plantee ese problema, es decir, que un escritor y artista honesto, honesto, que sea capaz de comprender toda la razón de ser y la justicia de la Revolución, se plantee este problema. Porque el revolucionario pone algo por encima de todas las demás cuestiones, el revolucionario pone algo por encima aun de su propio espíritu creador, es decir: pone la Revolución por encima de todo lo demás. Y el artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución (APLAUSOS).
Nadie ha supuesto nunca que todos los hombres o todos los escritores o todos los artistas tengan que ser revolucionarios, como nadie puede suponer que todos los hombres o todos los revolucionarios tengan que ser artistas, ni tampoco que todo hombre honesto, por el hecho de ser honesto, tenga que ser revolucionario. Revolucionario es también una actitud ante la vida, revolucionario es también una actitud ante la realidad existente. Y hay hombres que se resignan a esa realidad, hay hombres que se adaptan a esa realidad; y hay hombres que no se pueden resignar ni adaptar a esa realidad y tratan de cambiarla: por eso son revolucionarios.
Pero puede haber hombres que se adapten a esa realidad y ser hombres honestos, solo que su espíritu no es un espíritu revolucionario, solo que su actitud ante la realidad no es una actitud revolucionaria. Y puede haber, por supuesto, artistas —y buenos artistas— que no tengan ante la vida una actitud revolucionaria.
Y es precisamente para ese grupo de artistas e intelectuales para quienes la Revolución en sí constituye un hecho imprevisto, un hecho nuevo, un hecho que incluso puede afectar su ánimo profundamente. Es precisamente para ese grupo de artistas y de intelectuales que la Revolución puede constituir un problema que se le plantea.
Para un artista o intelectual mercenario, para un artista o intelectual deshonesto, no sería nunca un problema. Ese sabe lo que tiene que hacer, ese sabe lo que le interesa, ese sabe hacia dónde tiene que marcharse. El problema lo constituye verdaderamente para el artista o el intelectual que no tiene una actitud revolucionaria ante la vida y que, sin embargo, es una persona honesta.
Claro está que quien tiene esa actitud ante la vida, sea o no sea revolucionario, sea o no sea artista, tiene sus fines, tiene sus objetivos. Y todos nosotros podemos preguntarnos sobre esos fines y esos objetivos. Esos fines y esos, objetivos se dirigen hacia el cambio de esa realidad, esos fines y esos objetivos se dirigen hacia la redención del hombre; es precisamente el hombre, el semejante, la redención de su semejante, lo que constituye el objetivo de los revolucionarios.
Si a los revolucionarios nos preguntan qué es lo que más nos importa, nosotros diremos: el pueblo. Y siempre diremos: el pueblo. El pueblo en su sentido real, es decir, esa mayoría del pueblo que ha tenido que vivir en la explotación y en el olvido más cruel. Nuestra preocupación fundamental siempre serán las grandes mayorías del pueblo, es decir, las clases oprimidas y explotadas del pueblo. El prisma a través del cual nosotros lo miramos todo es ese: para nosotros será bueno lo que sea bueno para ellos; para nosotros será noble, será bello y será útil todo lo que sea noble, sea útil y sea bello para ellos.
Si no se piensa así, si no se piensa por el pueblo y para el pueblo, es decir, si no se piensa y no se actúa para esa gran masa explotada del pueblo, para esa gran masa a la que se desea redimir, entonces sencillamente no se tiene una actitud revolucionaria. Al menos ese es el cristal a través del cual nosotros analizamos lo bueno y lo útil y lo bello de cada acción. Comprendemos que debe ser una tragedia para alguien que comprenda esto y, sin embargo, se tenga que reconocer incapaz de luchar por eso. Nosotros somos o creemos ser hombres revolucionarios; quien sea más artista que revolucionario no puede pensar exactamente igual que nosotros. Nosotros luchamos por el pueblo y no padecemos ningún conflicto, porque luchamos por el pueblo y sabemos que podemos lograr los propósitos de nuestras luchas.
El pueblo es la meta principal. En el pueblo hay que pensar primero que en nosotros mismos. Y esa es la única actitud que puede definirse como una actitud verdaderamente revolucionaria.
Y para aquellos que no puedan tener o no tengan esa actitud, pero que son personas honradas, es para quienes constituye el problema a que hacíamos referencia. Y de la misma manera que para ellos la Revolución constituye un problema, ellos constituyen también para la Revolución un problema del cual la Revolución debe preocuparse.
Aquí se señaló con acierto el caso de muchos escritores y artistas que no eran revolucionarios, pero que sin embargo eran escritores y artistas honestos; que además querían ayudar a la Revolución; que además a la Revolución le interesaba su ayuda; que querían trabajar para la Revolución y que a su vez a la Revolución le interesaba que ellos aportaran sus conocimientos y su esfuerzo en beneficio de la misma. Es más fácil apreciar esto cuando se analizan los casos peculiares. Y entre esos casos peculiares hay un sinnúmero de casos que no son tan fáciles de analizar.
Pero aquí habló un escritor católico, planteó lo que a él le preocupaba, y lo dijo con toda claridad. El preguntó si él podía hacer una interpretación desde su punto de vista idealista de un problema determinado, o si él podía escribir una obra defendiendo esos puntos de vista suyos; él con toda franqueza señaló si dentro de un régimen revolucionario él podía expresarse dentro de esos sentimientos, de acuerdo con esos sentimientos. Planteó el problema de una forma que puede considerarse simbólica; a él lo que le preocupaba era saber si él podía escribir de acuerdo con esos sentimientos o de acuerdo con esa ideología, que no era precisamente la ideología de la Revolución; que él estaba de acuerdo con la Revolución en las cuestiones económicas o sociales, pero que tenía una posición filosófica distinta a la filosofía de la Revolución.
Y ese es un caso digno de tenerse muy en cuenta, porque es precisamente un caso representativo de esa zona de escritores y de artistas que tenían una disposición favorable con respecto a la Revolución y que deseaban saber qué grado de libertad tenían, dentro de las condiciones revolucionarias, para expresarse de acuerdo con esos sentimientos.
El pueblo es la meta principal. En el pueblo hay que pensar primero que en nosotros mismos. Y esa es la única actitud que puede definirse como una actitud verdaderamente revolucionaria.
Y para aquellos que no puedan tener o no tengan esa actitud, pero que son personas honradas, es para quienes constituye el problema a que hacíamos referencia. Y de la misma manera que para ellos la Revolución constituye un problema, ellos constituyen también para la Revolución un problema del cual la Revolución debe preocuparse.
Aquí se señaló con acierto el caso de muchos escritores y artistas que no eran revolucionarios, pero que sin embargo eran escritores y artistas honestos; que además querían ayudar a la Revolución; que además a la Revolución le interesaba su ayuda; que querían trabajar para la Revolución y que a su vez a la Revolución le interesaba que ellos aportaran sus conocimientos y su esfuerzo en beneficio de la misma. Es más fácil apreciar esto cuando se analizan los casos peculiares. Y entre esos casos peculiares hay un sinnúmero de casos que no son tan fáciles de analizar.
Pero aquí habló un escritor católico, planteó lo que a él le preocupaba, y lo dijo con toda claridad. El preguntó si él podía hacer una interpretación desde su punto de vista idealista de un problema determinado, o si él podía escribir una obra defendiendo esos puntos de vista suyos; él con toda franqueza señaló si dentro de un régimen revolucionario él podía expresarse dentro de esos sentimientos, de acuerdo con esos sentimientos. Planteó el problema de una forma que puede considerarse simbólica; a él lo que le preocupaba era saber si él podía escribir de acuerdo con esos sentimientos o de acuerdo con esa ideología, que no era precisamente la ideología de la Revolución; que él estaba de acuerdo con la Revolución en las cuestiones económicas o sociales, pero que tenía una posición filosófica distinta a la filosofía de la Revolución.
Y ese es un caso digno de tenerse muy en cuenta, porque es precisamente un caso representativo de esa zona de escritores y de artistas que tenían una disposición favorable con respecto a la Revolución y que deseaban saber qué grado de libertad tenían, dentro de las condiciones revolucionarias, para expresarse de acuerdo con esos sentimientos.
Ese es el sector que constituye para la Revolución el problema, de la misma manera que la Revolución constituye para ellos un problema. Y es deber de la Revolución preocuparse por esos casos, es deber de la Revolución preocuparse por la situación de esos artistas y de esos escritores. Porque la Revolución debe tener la aspiración de que marchen junto a ella no solo todos los revolucionarios, no solo todos los artistas e intelectuales revolucionarios. Es posible que los hombres y las mujeres que tengan una actitud realmente revolucionaria ante la realidad, no constituyan el sector mayoritario de la población: los revolucionarios son la vanguardia del pueblo. Pero los revolucionarios deben aspirar a que marche junto a ellos todo el pueblo. La Revolución no puede renunciar a que todos los hombres y mujeres honestos, sean o no escritores o artistas, marchen junto a ella; la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario; la Revolución debe tratar de ganar para sus ideas a la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo, a contar no solo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos, que aunque no sean revolucionarios —es decir, que no tengan una actitud revolucionaria ante la vida—, estén con ella. La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios.
Y la Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo, la Revolución tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores. La Revolución tiene que comprender esa realidad, y por lo tanto debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse. Es decir, dentro de la Revolución. Esto significa que
DENTRO DE LA REVOLUCION, TODO; CONTRA LA REVOLUCION, NADA.
Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir. Y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie —por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera—, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella. Creo que esto es bien claro. ¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho (APLAUSOS).Y esto no sería ninguna ley de excepción para los artistas y para los escritores. Esto es un principio general para todos los ciudadanos, es un principio fundamental de la Revolución. Los contrarrevolucionarios, es decir, los enemigos de la Revolución, no tienen ningún derecho contra la Revolución, porque la Revolución tiene un derecho: el derecho de existir, el derecho a desarrollarse y el derecho a vencer. ¿Quién pudiera poner en duda ese derecho de un pueblo que ha dicho "iPatria o Muerte!", es decir, la Revolución o la muerte, la existencia de la Revolución o nada, de una Revolución que ha dicho "¡Venceremos!"? Es decir, que se ha planteado muy seriamente un propósito, y por respetables que sean los razonamientos personales de un enemigo de la Revolución, mucho más respetables son los derechos y las razones de una revolución tanto más, cuanto que una revolución es un proceso histórico, cuanto que una revolución no es ni puede ser obra del capricho o de la voluntad de ningún hombre, cuanto que una revolución solo puede ser obra de la necesidad y de la voluntad de un pueblo. Y frente a los derechos de todo un pueblo, los derechos de los enemigos de ese pueblo no cuentan.