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15 de noviembre de 2019

El Paisaje Nevado de un País Tropical...

... o de Mucho Chino en China


De izquierda a derecha: Leonor Córdova, prima de mi padre e hija de Amelia;
 Aurora y Amelia Funes, hermanas; y a la derecha Nydia Leal, mi madre. 
Calle Alfredo Adán # 614, La Vigía, Camagüey en los años 50.

Tías de mi padre, Aurora y Amelia fueron las únicas mujeres de nueve hermanos. Estar en minoría debió originar la gran compenetración existente entre ellas. Además de afabilidad y generosidad, a pesar de la pobreza material de sus hogares, ambas compartían muchas otras cualidades. Resaltaba entre ellas, un gran sentido del humor, agudizado por las chifladuras en que incurrían ocasionalmente. Eso sí, Aurora era la reina indiscutible del despiste. 
Como aquel día que decidió deshacerse de su maltrecha máquina de coser. Alguien se interesó en comprarla, y Aurora atendió solícita al visitante: "¡Sí señor, cómo no, pase adelante por favor! Es de una marca muy reconocida, Singers" - comenzó a explicar cuerdamente, para comentar seguidamente, mientras alzaba sus ojos vagamente al techo: “¡Tiene un pespunte malo... y cose tan mal..!” 
O aquel otro, cuando fue de compras al Comercio, la zona de tiendas minoristas más popular de Camagüey en aquella época. Mientras paseaba las principales calles, y visitaba los diferentes establecimientos para hurgar entre las mercancías, Aurora notó extrañada que algunas personas la miraban de soslayo. Hasta hubo quienes se apartaron de ella con sobresalto. De regreso a la casa, su hermana Amelia la esperaba en la puerta de la calle con los brazos cruzados y el ceño fruncido. “Aurora, ¿qué diablo haces con esa tranca en el sobaco?” Distraída como de costumbre, en vez de la sombrilla, Aurora había agarrado la tranca de asegurar la puerta de la calle durante la noche. 
La frase mágica que inspiró el título de esta entrada proviene también de una de sus anécdotas. Una tarde invernal camagüeyana, cuando el frío "aprieta" tanto que puertas y ventanas son "cerradas a calicanto", la familia se aglomeró en el pequeño comedor, como era costumbre entonces. De esta manera bandeaban juntos la temperatura inusual; chismeando o haciendo cuentos, mientras saboreaban chocolate espeso y caliente, acompañado con gruesas galletas de soda llamadas "de campo". Más tarde, ateridos de frío, y con los temas de conversación agotados, el chachareo fue menguando poco a poco hasta extinguirse. El silencio era interrumpido solamente por los chupeteos ruidosos del chocolate caliente, y el mordisquear de las voluminosas galletas. Deseando reanimar el ambiente, alguien lanzó inesperadamente la siguiente pregunta: "¿Cuál paisaje les gustaría ver más?" Entusiasmada por el desafío, Aurora saltó como un resorte de su taburete y exclamó:  "¡El paisaje nevado de un país tropical!"  Pausa momentánea... seguido después por estruendosas carcajadas de los presentes. 

Del repertorio de improntas familiares archivados, a través del tiempo, esta auroreada de Aurora ha sido la preferida. El surrealismo incongruente de su imagen contribuyó a mi aceptación de lo fantástico como una posibilidad. Y también a entender que pueden existir, en aceptable harmonía, diferentes formas de razonamiento.
Pero nunca imaginé que años más tarde, a miles de kilómetros de distancia, su frase fuese a cobrar tanta importancia cuando trascendió a las esferas del campo económico, político y social. ¡Quién lo iba a decir, Aurora!
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9 de noviembre de 2019

¡Ni de CONGO, ni de CARABALI... pero de YORUBA, sí!


El tema de la discriminación racial no es fácil de tratar con ecuanimidad. El racismo, en sus diversas manifestaciones, está arraigado tanto en las sociedades desarrolladas, como en las menos avanzadas. A menudo infructuosamente, estas últimas han aspirado con fervor a lograr cambios económicos y sociales radicales. Enarbolados principios de libertad e igualdad han derivado luego en indigestiones de sus crudas realidades. En general, las soluciones han sido pobres; o peor aún, evadidas abiertamente por élites enfocadas en mantener su poder.
Es cierto que no es fácil cambiar y potenciar la mente humana con mejores ideas y principios. Sobre todo si un país está en desarrollo, y su propósito de avanzar está gravado con miríada de eslóganes vacíos y soluciones poco prácticas; sin olvidar el vaivén y la vacilación en cuanto al rumbo correcto a seguir. Esto último causado por el temor a los conflictos internos de carácter ideológico y político.
Por supuesto, la evolución del movimiento LGBTQ+ en Cuba tampoco ha escapado a la tara de la discriminación racial. En su conciencia, el racista oculto, apoderado o no, justifica el rechazo y cuestionamiento de esta realidad porque la considera divisiva y peligrosa para la estabilidad nacional. No obstante, en este asunto juega un papel esencial el disgusto personal, la liviandad de propósito y el prejuicio ancestral incrustado en su psiquis.

Hay quien llama solemnemente por una Unidad en abstracto, ignorando a menudo la parte más controversial e importante de esa ecuación dialéctica: la Lucha. A menudo ignorado, éste componente del desarrollo no necesariamente implica caos o destrucción si su uso, conceptual y práctico, se aplica con metódica e inteligente valentía. Unidad no existe sin acompañamiento de Lucha. Forman una dualidad inevitable e irrefutable. En el supuesto caso que Unidad exista forzadamente sin Lucha, no conduce a sitio alguno Eso fue demostrado filosófica y prácticamente hace mucho tiempo. ¿Por qué? Sucintamente, porque Unidad sin Lucha lleva al estancamiento y deterioro del desarrollo humano en todos los niveles: social, económico, intelectual, educativo, cultural, etc. Lo cual, paradójica e inevitablemente, lleva al caos desestabilizador que tanto aterroriza al "unificador". Como la mentira, puede correr por mucho tiempo, sólo para ser alcanzada por la verdad en un instante.

  Trasfondo de la Unidad (en abstracto):

Unidad (en abstracto) = ¡no hagan olas que se hunde el bote!

Desafortunadamente, el racismo está "saludablemente" presente en la psique de la población cubana. En ocasiones, abiertamente; en otras, camuflado con hiriente sentido del humor. Es un problema grave que nunca ha sido confrontado en forma abierta, honesta, ni sistemáticamente. Como otros asuntos de la sociedad cubana sin resolver, el racismo ha sido enmascarado con esa noción de Unidad (en abstracto). No han sido efectivos los decretos constitucionales o las consignas igualitarias lanzadas; y menos aún, las negaciones de los que se consideran inculpables. En mayor o menor grado, la discriminación racial está presente en todos nosotros. Esto a pesar de que todos portamos, en nuestros cuerpos, manchas, pecas y otros recordatorios del origen común de la especie humana.

Recientemente, aunque en muy menor escala, experimenté la irracionalidad del racismo. Ocurrió en el contexto de una reunión familiar, y el hecho me hizo reflexionar y escribir sobre la experiencia.
Meses atrás decidí aprender más sobre la conformación étnica de mi ascendencia. Sentí curiosidad por explorar mi asumida cabalidad española. Existen diversas compañías, algunas comerciales y otras sin intenciones de lucro, especializadas en la materia. Contacté una de ellas y encargué un kit. El servicio no es caro, y el método de hacer la prueba es fácil. Consiste simplemente en frotar, con un cotonete, el interior de una de las mejillas. Éste debe ser colocado posteriormente en un pequeño receptáculo plástico acondicionado para ese uso. El receptáculo debe ser enviado por correo a su destino en un sobre especial.

Estas compañías requieren del cliente que acepte cláusulas que las liberan de responsabilidad. Esto último, para evitar riesgos legales en caso de que la información adquirida resulte ofensiva o menoscabadora. También advierten que pueden salir a luz asuntos con repercusiones engorrosas. Como es el caso de familiares disputándose herencias, propiedades, etcétera: puede descubrirse que, étnicamente, una o varias personas pudieran no formar parte del mismo clan familiar. Pero en mi caso, no creí que mis trastos fuesen motivo de disputas serias en el futuro. Así que ordené el kit, seguí las instrucciones pertinentes, y esperé impacientemente...
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