... o de Mucho Chino en China
Tías de mi padre, Aurora y Amelia fueron las únicas mujeres de nueve hermanos. Estar en minoría debió originar la gran compenetración existente entre ellas. Además de afabilidad y generosidad, a pesar de la pobreza material de sus hogares, ambas compartían muchas otras cualidades. Resaltaba entre ellas, un gran sentido del humor, agudizado por las chifladuras en que incurrían ocasionalmente. Eso sí, Aurora era la reina indiscutible del despiste.
Como aquel día que decidió deshacerse de su maltrecha máquina de coser. Alguien se interesó en comprarla, y Aurora atendió solícita al visitante: "¡Sí señor, cómo no, pase adelante por favor! Es de una marca muy reconocida, Singers" - comenzó a explicar cuerdamente, para comentar seguidamente, mientras alzaba sus ojos vagamente al techo: “¡Tiene un pespunte malo... y cose tan mal..!”
O aquel otro, cuando fue de compras al Comercio, la zona de tiendas minoristas más popular de Camagüey en aquella época. Mientras paseaba las principales calles, y visitaba los diferentes establecimientos para hurgar entre las mercancías, Aurora notó extrañada que algunas personas la miraban de soslayo. Hasta hubo quienes se apartaron de ella con sobresalto. De regreso a la casa, su hermana Amelia la esperaba en la puerta de la calle con los brazos cruzados y el ceño fruncido. “Aurora, ¿qué diablo haces con esa tranca en el sobaco?” Distraída como de costumbre, en vez de la sombrilla, Aurora había agarrado la tranca de asegurar la puerta de la calle durante la noche.
La frase mágica que inspiró el título de esta entrada proviene también de una de sus anécdotas. Una tarde invernal camagüeyana, cuando el frío "aprieta" tanto que puertas y ventanas son "cerradas a calicanto", la familia se aglomeró en el pequeño comedor, como era costumbre entonces. De esta manera bandeaban juntos la temperatura inusual; chismeando o haciendo cuentos, mientras saboreaban chocolate espeso y caliente, acompañado con gruesas galletas de soda llamadas "de campo". Más tarde, ateridos de frío, y con los temas de conversación agotados, el chachareo fue menguando poco a poco hasta extinguirse. El silencio era interrumpido solamente por los chupeteos ruidosos del chocolate caliente, y el mordisquear de las voluminosas galletas. Deseando reanimar el ambiente, alguien lanzó inesperadamente la siguiente pregunta: "¿Cuál paisaje les gustaría ver más?" Entusiasmada por el desafío, Aurora saltó como un resorte de su taburete y exclamó: "¡El paisaje nevado de un país tropical!" Pausa momentánea... seguido después por estruendosas carcajadas de los presentes.
Del repertorio de improntas familiares archivados, a través del tiempo, esta auroreada de Aurora ha sido la preferida. El surrealismo incongruente de su imagen contribuyó a mi aceptación de lo fantástico como una posibilidad. Y también a entender que pueden existir, en aceptable harmonía, diferentes formas de razonamiento.
Pero nunca imaginé que años más tarde, a miles de kilómetros de distancia, su frase fuese a cobrar tanta importancia cuando trascendió a las esferas del campo económico, político y social. ¡Quién lo iba a decir, Aurora!
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