Serie “ENTRADAS PAVOROSAS” #3
Pequeña historia en dos partes: la primera, real y tragicómica en La Habana de los años sesenta o setenta; la segunda, una fantasía inspirada en la primera, en Dallas, Texas, a principios de los años noventa.
Miguel Ángel era un personaje, simpático y bonachón, del reparto Santa Catalina donde mi familia vivía. ¡Pero cuidado con pasos en falso, porque era muy revolucionario y vigilante! Tenía que serlo, a pesar suyo debido a las múltiples responsabilidades que lo agobiaban. Siendo miembro del partido político Único Partido en el país, era natural que fuese designado presidente del comité local de vigilancia.
En ese vecindario de clase media, un amigo de mi padre, con conexiones, le encontró una casa inacabada que nosotros mismos reparamos. El cielo raso del techo, inclinado sobre la sala y el comedor, era curioso. Decenas de macetas de barro, colocadas boca abajo y cubiertas de concreto por encima, lo asemejaba a una colmena de abejas. La construcción había sido de un arquitecto que lo abandonó todo para emigrar a España. De cierto modo, nosotros habíamos escapado también... de la pobreza y somnolencia crónica del Camagüey Legendario de aquellos años.
MA, nombrado así cariñosamente por los vecinos, organizaba tareas sociales y fiestas en fechas importantes. Tantas eran estas últimas que la gente le preguntaban en chanza: “¿Cuál es la fecha de moda hoy, MA?”… y el cínico del barrio comentaba disimuladamente: “¡Bueno… si no hay pan, al menos hay circo!
Diabético y testarudo, MA no se cuidaba. Terminó, desafortunadamente, con ambas piernas amputadas a nivel de las rodillas. Pero eso no afectó su entusiasmo: las actividades y fiestas continuaron. En una de ellas, algunos se apartaron del bullicio para charlar sobre literatura. Como de costumbre, MA rondaba a los presentes e intervenía en las conversaciones. “¡Ah, hablando de libros, sí... yo leí Don Quijote!” - afirmó entusiasmado - "¡Oh!" - exclamaron quienes conocían las dificultades de esa lectura. Imparable, detectando inseguridad en los rostros, MA remató: "¡Si, chico, la novela que escribió ese gallego... El Manco del Espanto!"
De vuelta al futuro, unos años más tarde, casi piso una figurilla plástica a la entrada de un gimnasio en Dallas. Hay quienes colectan botones, jarrones, y hasta cabos de tabaco. A mí, un juguete abandonado en la calle me interesa. No tiene que ser excepcional, pero debe grabar mi atención al instante. Eso me sucedió con La Bailarina Española. Aparte de su gracia, le habían arrancado el brazo izquierdo por encima del codo de un mordisco. La crueldad con sus juguetes es común entre los niños: cuando me aburría de ellos, quemaba soldaditos plásticos en grandes batallas, o desarmaba los carritos para "investigar".
Por mucho tiempo, mantuve la figurilla plástica casi olvidada bajo una lámpara de noche. Hace poco, por esas cosas de la mente, la asocié con MA y decidí redimir su gracia y belleza con la siguiente fantasía.
Nacida en Logroño, en un humilde hogar a orillas del río Ebro, Chavela soñó con ser bailarina desde muy pequeña. Una aspiración difícil de alcanzar, dadas las múltiples tareas de trabajo en el campo a que estaba obligada la familia. Romper esas ataduras ancestrales significó, en un principio, muchos obstáculos a vencer. Afortunadamente, la familia cambió pronto de actitud, al reconocer y aceptar el gran salero e imparable perseverancia de Chavelita. En lo adelante, su familia fue el más importante apoyo que tuvo para cumplir sus anhelos.
El ascenso de Chavela, en los centros culturales de La Rioja, fue meteórico. Pero esa trayectoria casi finaliza abruptamente. La causa fue un ventilador de techo, en el escenario desvencijado de un teatro en Enciso. A media función, al ejecutar un elaborado paso arabesco donde debía extender etéreamente el brazo izquierdo hacia el cielo, éste fue cercenado de un solo golpe por una de sus aspas. La sangre, borboteando del muñón, esparcida sobre la orquesta y el pasmado público en las primeras filas. Los espectadores en los palcos y el gallinero, horrorizados, clavaron la vista en el escenario ensangrentado. La extremidad mutilada, yaciendo junto al cuerpo inerte de Chavela. Espasmódicos todavía, los dedos se extendían y contraían como si aún trataran de alcanzar el cielo.
La horrible tragedia dañó, pero no cercenó el espíritu de la persistente logroñesa. Continuó bailando, después de un largo período de recuperación física y re-entrenamiento técnico. Lo que es más, la ausencia del brazo no solo elevó su fama profesional a un grado superior, sino que ayudó también a incluir sorprendentes técnicas danzantes. Sin lo experimentado por ella, nunca se habrían incorporado perfeccionadas soluciones en cuanto al espacio y el equilibrio corporal del danzante. Tan fue así, que un famoso coreógrafo francés, crucial en las creaciones del Teatro Madrid de esa gran ciudad, creó y ensambló un moderno ballet inspirado en su increíble historia. Chavela ocupó, en esa heroica y destacada obra, el rol protagónico del elenco.