MUCHOS TENEMOS ALGO DE ANNIE TAYLOR.
Y MUCHOS HEMOS TENIDO, EN UN MOMENTO U OTRO,
UN BARRIL Y UNA CASCADA.
Oliverio Funes Leal
El comienzo de nuestro viaje a las Cataratas del Niágara no fue bueno - algo no inusual para el viajero regular actualmente. Volar de San Francisco a Chicago - en la sección económica como sardinas tullidas en su lata - fue bien incómodo. Una vez en esta ciudad, tuvimos que recorrer una distancia enorme hasta una segunda terminal aérea para transbordar a otro aeroplano en dirección a Buffalo, nuestro lugar de destino aéreo. De allí, tomamos un taxi hasta la ciudad de Niagara Falls, en el lado candiense de la frontera. Tuvimos que quitarnos zapatos, abrigos, cintos, etc. y presentar documentos en dos ocasiones.
Mi madre - una capricorniana de 86 años - todavía alerta y de espíritu fuerte y adaptable, afortunadamente pudo bandear el desafío. Su aguante fue muy bueno, dado su edad, aunque las rodillas no la ayudan desde hace mucho. Por eso llevamos una silla de transportación que me permitiría llevarla de un lugar a otro con más facilidad y menos esfuerzo. Preocupada por mi esfuerzo físico, me comentó entre seria y juguetona: ¡Me da pena contigo, teniéndome que empujar como un carrito de helados de aquí para allá! A lo que le repliqué, entre juguetón y tierno: No te preocupes, mi viejita. Tú eres ligerita como una pluma...de avestruz.
El hotel que reservé era un desastre. En las fotos y comentarios de publicidad, parecía ideal porque estaban balanceados la comodidad, cercanía a puntos turísticos de interés y el precio. En realidad, las fotos reflejaban la época de su inaguración, allá por los años 60 o 70 del siglo pasado. Todo estaba desgastado y la higiene era pobre. La canción mexicana
La Cama de Piedra debió haber sido inspirada mientras el autor trataba de echar una siesta en los lechos de la habitación. El aire acondicionado sonaba como el avión DC-3 - de la segunda guerra mundial - que volaba entre Camagüey y Manzanillo cuando visitaba a mi abuelo durante las vacaciones de verano. Cuando fui a reclamarle al administrador, dijo que no me cambiaría, porque si lo hacía volvería a quejarme. Al día siguiente salí a explorar y encontré un hotel de mejor calidad no lejos de allí. Todo marchó bien en lo adelante, y pudimos concentrarnos en disfrutar nuestra visita a las cataratas y a otros lugares de interés turístico en los alrededores.
Este viaje tuvo más de un significado personal. Aparte de admirar la espectácularidad natural de las Cataratas del Niágara - alterada desafortunadamente por el comercialismo que explota su belleza - descubrí también que la primera persona temeraria en lanzarse catarata abajo fue una mujer de 63 años llamada Annie Edson Taylor, en 1901. Otra satisfacción más íntima fue compartir con mi madre su deseo de revisitar el lugar antes de su muerte. Amar es para mí - entre otras cosas - saber escuchar las necesidades de nuestros seres queridos. Ella las había visitado medio siglo antes con su madre y hermanos, pero no reconoció mucho los alrededores ahora. Ese mundo de personas allegadas que la acompañaron entonces ha desaparecido hace largo rato. A pesar de la nostalgia que supo acallar, o las memorias que simplemente se han desvanecido con el tiempo en la bruma de las cascadas, me dí cuenta que ella disfrutó mucho esta nueva visita.
Llevaba conmigo mi ordenador portátil, y en el viaje de regreso a San Francisco hice uso del internet en la cabina del avión. Navegando la red encontré noticias, frescas todavía, de la conga de dos cuadras (las justas para no inflamar mucho los ánimos en pro o contra) en saludo al Día Mundial Contra la Homofobia que se había celebrado en la zona habanera del Vedado.
En Cuba, es peligroso la imprudencia política (cualquier cosa que eso signifique para quienes tienen control). Sobre todo, ser honesto en llamar las cosas por su nombre. Hasta la prensa extranjera es cuidadosa: reportó sobre la "conga" de los homosexuales, no sobre la marcha de los homosexuales en La Habana. El "aligeramiento" público de las demandas y de la realidad LGBT - quizás inadvertidamente por parte de los organizadores de la "conga" o porque no hay otro modo "prudente"de hacerlo - ayuda en afianzar los estereotipos encasquetados en todo lo que concierne a la comunidad LGBT: superficialidad, fiestear constante, extravagancia, etc. Algo que es real y válido a nuestra identidad pero no único, y que sobrevalorado puede ser contraproductivo a escala política y social más amplia.
La experiencia norteamericana del movimiento LGBT, con sus triunfos y reveses, debe estos últimos precisamente - entre otros factores particulares de su realidad - a esa imagen de festival permanente, pasajero y de champán burbujeante. Sabemos bien que el observador político agudo - como el bebedor ducho - no toma muy en serio las cualidades de ese tipo de bebida.
Ese evento del 16 de mayo me produjo sentimientos encontrados. Por un lado, alegría por la ocurrencia de esta manifestación inusual de expresión por parte de un sector de la comunidad LGBT cubana; también admiración y respeto, pesar de la proyección política, la forma de organizar, y las motivaciones honestas o de propaganda manipulativa (o una combinación de ambas) por parte de la oficialidad patronizadora del evento, con Mariela Castro a la cabeza.
Ahora bien, desde el punto de vista histórico es irrevelante - para el movimiento LGBT cubano - individualizar para alabar o atacar lo ocurrido ese día en La Habana. La realidad es que existió una marcha oficial, no importa que su propósito fuese semánticamente aligerado, que su espacio fuese demasido restringido, o que la representatividad grupal fuese limitada. Además, hubo quienes organizaron eventos fuera del patrocinio oficial, y que fueron ignorados pero también alabados por quienes siguieron sus intentos. Es oficial, puede decirse que el movimiento a favor de los derechos humanos de la diversidad sexual cubana ha llegado a un punto de desarrollo positivo, contínuo e irreversible.
Como el barril con Annie Taylor- cuyo lanzamiento en los rápidos del río Niágara los convirtió de una acción personal a un acto imparable que proyectó ambos hacia la historia - los miembros de la diversidad sexual cubana han sobrepasado el abismo de lo desconocido para proyectarse públicamente hacia un futuro de derechos reconocidos, libre de abusos y discriminaciones.
Annie Edson Taylor, Temeraria Número Uno del Niágara
Annie Edson Taylor fue la primera persona en rebasar y sobrevivir - en un barril de madera - las Cataratas del Niágara. La señora Taylor, una viuda de 63 años - maestra de escuela en Michigan - decidió tentar el destino. Usó su gato como experimento, y la prueba fue exitosa. Deseaba ganar fama y fortuna con su esfuerzo
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Annie Edson Taylor y su gato |
La Exposición Panamericana estaba tomando lugar en Buffalo, New York. La señora Taylor pensó que podría atraer una multitud inmensa con su temeridad. En la tarde de 24 de octubre de 1901, un pequeño bote remolcó el barril que contenía a la intrépida mujer hasta la corriente principal del río Niágara. Allí, los remeros cortaron la soga para dejarlo navegar libremente.
El barril fue visto aproximadamente a las 4:30 de la tarde en el borde del precipicio acuático. Reapareció, menos de un minuto más tarde, flotando en la base de las cataratas. El barril fue encontrado - unos quince minutos después - cerca de la orilla canadiense. Allí fue arrastrado por espectadores hasta una piedra, donde fue destapado. Para el asombro de todos, Annie Taylor surgió del barrill aturdida pero triunfante. Su única herida fue un corte que recibió en la frente mientras era extraída del receptáculo.
Annie Edson Taylor encontró indudablemente la fama que había buscado. Durante muchos años - después del acontecimiento - vendió recuerdos de su proeza en las calles de Niagara Falls. Afirmaba con - vehemencia - que nunca más intentaría otro caída sobre las cataratas, y que preferiría entrar en la boca de un cañón. Desafortunadamente, mientras Annie Edson Taylor pudo encontrar la fama que buscaba desesperadamente, nunca alcanzó la fortuna que deseaba. Murió en un asilo - pobre e indigente, en 1921.