A propósito de este comentario de un escritor cubano, mi viaje a Bolivia, y un artículo de un periodista chileno sobre ese país.
“...A todo lo largo de estos comentarios he podido detectar una suerte de resentimiento de blogueros que se sienten relegados al segundo plano de una blogosfera que, gústele a quien le guste y pésele a quien le pese, está dominada -en términos de calidad- por gente que lleva años ejerciendo el oficio de escribir y, más importante, de pensar. Ese resentimiento es consecuencia del igualitarismo a ultranza que el castrismo ha intentado inculcarle a sus súbditos. Ya no se trata de que el majá se empine y deje crecer sus alas, sino que a fuerza de insultos y consignas pretenda que las águilas bajen, se tiendan en el piso, y serpenteen en una marcha de ofidios. Ese es un sueño tonto y peligroso”.
Cesar Reynel Aguilera, en uno de sus comentarios en la bitácora penúltimos días, donde se debatía la conversación de El Yoyo con Yoani Sánchez, y que fue videograbada por El Yoyo en la Habana a principios de junio de 2008.
Desde edad muy temprana tuve problemas por no aliarme con un bando u otro. No porque no fuera capaz de formarme un criterio sobre un asunto; o arrimarme al lado de quien, aparentemente, estaba más cerca de la verdad, o fuera más conveniente alinearme por su poder y salpicamiento de prebendas; o, simplemente, porque me gustara más como lucía y como actuaba. El problema era que siempre fuí un individualista con aspiraciones de observador imparcial. ¡Qué empeño el mío, sobre todo siendo cubano! Pero no me considero como un individualista a la manera de un egoísta pendenciero, sino como la Real Academia Española define al indiviualismo: tendencia a pensar y obrar con independencia de los demás, o sin sujetarse a normas generales; a creer en la autonomía y supremacía de los derechos del individuo frente a los de la sociedad y el Estado.
La analogía entre el poético retrato sicológico que encabeza esta entrada, y el artículo de Peña, el escritor chileno, me vino a la cabeza porque, por motivos personales, tuve la oportunidad de viajar recientemente a Bolivia. Un país hermoso e interesante por su complejidad geográfica, étnica, cultural, económica y política; y que nunca pensé llegaría realmente a visitar. Sólo estuve allí dos semanas, lo suficiente para observar, oir, y comprender, desde mi también perspectiva foránea, uno de los aspectos que el reportero chileno percibió acerca de los acontecimientos en progreso en ese país latinoamericano: las consecuencias funestas para cualquier sociedad, bregando por organizarse para subsistir y progresar, cuando el concepto dualista y exclusivista de Águilas versus Serpientes rige la mentalidad de quienes se autoconsideran mejor calificados para gobernar, pensar, escribir; en fin, controlar los asuntos del estado y de la cultura. Por supuesto, ignorando y despreciando a los demás por razones de raza, educación o estrato social, y considerarando las aspiraciones de reafirmación ajenas a ellos como pretensiosas, irrevelantes y de no uso. Con ello lo único que han logrado es un cúmulo de odios y resentimientos nada conducentes a un ambiente donde la razón, y el respeto mutuos, faciliten un diálogo civilizado entre los diferentes focos de poder en tensión. Todavía recuerdo, de mis tiempos de escuela, la obra del escritor, intelectual y activista político argentino Domingo Faustino Sarmiento, que formuló esta temática en su trabajo Civilización y Barbarie. Vida de Don Facundo Quiroga, desde la perspectiva de la realidad en la Argentina del siglo XIX.
Este tipo de actitud frente a la realidad no es fácil de sostener en cualquier sociedad, o en cualquier conglomerado social autodefinido como especial y exclusivo. Pero sobre todo, en una sociedad totalitaria o en un conglomerado social autodefinido como especial y exclusivo con aspiraciones intelectuales totalitarias, a pesar de sustentar lo contrario: la diversidad. Lo cual equivale para mí a lo mismo, en cierto modo, o como diría Miguel Cabrera Peña en su artículo publicado en cubaencuentro el 6 de junio de 2008: La misma chola con otra pollera.
En ese muy particular país sudamericano, las águilas bolivianas escojen olvidar que los principales responsables, de lo que está sucediendo en el país, son ellos mismos. Porque siendo poseedores, según ellos, de “mejores genes” y un “bagaje cultural superior”, por tanto debieron haber sabido de antemano como evitar los problemas presentes. Por desgracia, como en muchas otras dicotomías de Águilas versus Serpientes en nuestro continente, las primeras estaban tan henchidas de ese espíritu elitista, que no podían ver más allá de sus nidos en las alturas (Hum, déjà vu, eso me recuerda algo). Hasta que por esas ironías de la democracia… (¡Oh, ya recuerdo, ...o de una revolución como un cáncer galopante dirigida por oportunistas o soñadores trasnochados!), se les posa al lado del nido una colmilluda Serpiente Magna, con alas sacadas de no saben dónde. El águila aprendió algo de biología, y está segurísima de que el gene alado no es propio de quienes están acostumbrados a serpentear en marcha de ofidios.
Ese viaje a Bolivia dejó en mi mente muchos sentimentos e ideas encontradas. Fue como visitar a la Cuba del ayer, salvando distancias históricas, culturales y desarrollo económico, en medio de los estertores de su por siempre raquítica democracia. Visité la caliente y húmeda ciudad de Santa Cruz, en una de las regiones que son centros de oposición a Evo Morales, y que está sumida en tensiones políticas y sociales que nadie sabe adonde la van a llevar. Estuve brevemente en La Paz, una especie de versión subdesarrollada de San Francisco, por ciertas cualidades topográficas y climáticas similares a las de esa ciudad norteamericana. Recalco lo de similares porque aparte de la pobreza, la naturaleza y el paisaje urbano es mucho más intenso y agobiante en La Paz. La ciudad fue construída en la boca de un volcán extinguido, aunque cualquier metáfora relacionada a su situación política presente es pura coincidencia. Desde Killi Killi, un mirador en las alturas que la rodean, puede notarse que el casco principal de la ciudad fue construído en una gigantesca cazuela, que es la boca del volcán apagado. Hacia la izquierda, la lava, quien sabe por cuanto tiempo, abrió un paso hacia el llano que se ve lejos en la distancia. A 11,811 pies sobre el nivel del mar, La Paz es la capital de estado más alta del mundo. Como ha crecido también hacia abajo, en dirección a la llanura, presenta otra peculiaridad: tiene diferentes climas según su ubicación relativa a la llanura o a las montañas.
El punto culminate de mi viaje fue visitar el Lago Titicaca. Una maravilla natural solo comparable en magnificencia al Gran Cañon del Colorado, ¡pero repleto de agua hasta los bordes! Allí solo pude estar un día, pues a 12,500 pies de altura sobre el nivel del mar, después de un rato mi cabeza la sentía como el globo del primer aeronauta mexicano Don Joaquín de la Cantolla. En toda esa región del altiplano, y en la cercana cordillera de los Andes, el indígena reina integrado perfectamente al entorno. El paisaje, al menos en esa zona cercana al lago, es una de una belleza simple, casi desnuda, con tonalidades de ocres, carmelitas oscuros, verde muzgo, y grises plateados al llover que quitan literalmente el aliento no solo por lo hermoso, sino también por la menor presión atmosférica y la escasez de oxígeno a causa de la altura en el lugar.
La vuelta desde la villa de Copacabana, asentada a orillas del Titicaca, lo hice esta vez en un autobús repleto de indígenas aymarás rumbo a sus actividades habituales de trabajo, negocios o asuntos de familia. La mañana estaba lluviosa, y el paisaje era de una gran belleza sombría, con una luminosidad plateada que mi cámara barata le fue imposible captar realmente desde la ventanilla del vehículo en marcha. Ubicado en la zona densamente poblada y demográficamente "serpentina" de El Alto, que bordea la alta meseta y se asoma hacia la ciudad de La Paz como sitiador vigilante que está a cargo, el aeropueto adonde me dirigía para regresar a Santa Cruz estaba atendido y controlado mayormente por bolivianos de ascendencia indígena. En espera del llamado para abordar mi avión de vuelta al llano, me dediqué a observar cuidadosamente mis alrededores mientras leía un periódico local. A solo unos pasos frente a mí, y esperando el mismo avión, cuatro majestuosas águilas, enfundadas en elegantes trajes de sastrería perfecta y con finas bufandas de baby alpaca alrededor del cuello, conversaban con voces engoladas, y moviéndose majestuosamente con estudio, mientras ojeaban ocasionalmente con displicencia a los ofidios serpenteando a sus pies. El cuarteto enviaba señales evidentes de ser políticos tradicionales, lo cual pude comprobar más tarde. Como diría una conocida, famosa por sus dicharachos burdos pero certeros: “Amarillos, y con semillas en el c..., marañones”.
Las noticias, en la primera plana del periódico que leía, tampoco pintaban un retrato halagüeño para el otro bando en la dicotomía.
En teoría, con el poder del gobierno ahora en sus manos, pero incapacitados de llevar a cabo reformas profundas y beneficiosas para ellos a causa de la fuerte resistencia de la oposición, el odio y el resentimiento se manifestaban en formas barbáricas: grupos de ponchos rojos, seguidores manipulados de Evo González, masacraban perros indefensos en advertencia a sus enemigos.
El autor de la cita encabezando este artículo puede argumentar que el paralelo establecido, entre ella y la situación existente en Bolivia, es una tontería sacada del contexto que originó su comentario en primer lugar. En cierto modo, eso es cierto. Sin embargo, yo argumentaría que la filosofía elitista detrás de ese criterio, de la dicotomía Águilas versus Serpientes, es la misma que ha creado, o acentuado, barreras infranqueables de comunicación y colaboración fructíferas en los diferentes conglomerados humanos a través de la historia. En el caso particular de Cuba, el elitismo se ha manifestado en diversas épocas, y en diversas modos, del desarrollo de nuestra identidad nacional. Siempre con resultados demoledores para la economía, el gobierno, la civilidad, la cultura; pero sobre todo, la población del país. Es ese sueño de elitismo el que es realmente tonto y peligroso.
Espero que esta tesis no sea tomada como un ataque personal por el señor Cesar Reynel Aguilera.
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