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6 de noviembre de 2023

EN EL ORIENTE MEDIO, COMO EN LA TRAGEDIA GRIEGA, LA JUSTICIA DEBE PREVALECER SOBRE EL ABSOLUTISMO MORAL



Cuando las soluciones políticas pierden frente a la venganza, en palabras de Esquilo
¿Dónde terminará?”


Kenan Malik, columnista
The Observer - Periódico británico, fundado en Diciembre 4 de 1791

Ver cómo se desarrolla la tragedia en Israel y Palestina a veces ha parecido como leer la Orestíada al revés. La Orestíada, una trilogía de obras de Esquilo escrita en el siglo V AC, narra la transformación de la antigua Grecia de una sociedad arraigada en la sangre y la venganza a una sociedad moldeada por la justicia.

La Orestíada comienza con el regreso a casa de Agamenón, el líder de los triunfantes griegos, tras la guerra de Troya. 
Agamenón es brutalmente asesinado por su esposa, Clitemnestra, en furiosa venganza por haber sacrificado ritualmente a su hija Ifigenia en vísperas del conflicto para aplacar a los dioses.

Para vengar a su padre, el hijo de Agamenón, Orestes, mata a Clitemnestra. Perseguido por las Furias, antiguas deidades cuyo papel es vengar los pecados mayores, Orestes busca refugio en Atenas. La diosa de la sabiduría, Atenea, convoca un jurado para juzgar a Orestes. Con el jurado dividido, Atenea vota a favor de la absolución y, al hacerlo, abre las posibilidades de un mundo más allá del gobernado por las Furias.

La Orestíada es una obra compleja que aborda cuestiones que van desde el patriarcado hasta la democracia. La condición humana, para Esquilo, era trágica: Agamenón, Clitemnestra y Orestes se enfrentan a decisiones imposibles.
Sugiere Esquilo: parte del proceso mediante el cual los humanos se civilizan, y aprenden a vivir con la tragedia de su condición, consiste en forjar la distinción entre venganza y justicia. La justicia nos lleva a la esfera de la política, y permite la posibilidad de un cambio razonado y una redención.

La ironía hoy es que la relación entre Israel y los palestinos parece moverse en la dirección opuesta, hacia un mundo definido más por las Furias en vez de por Atenea. Un mundo en el cual la erosión de las soluciones políticas al conflicto ha llevado a que la búsqueda de venganza domine la búsqueda de justicia.

Esto es más claramente visible en el salvajismo de Hamás. La organización no es, como la ven algunos en la izquierda, una expresión de la resistencia palestina sino de la degeneración de esa resistencia, de “la esperanza perdida de que las estrategias morales puedan tener éxito”, en palabras del escritor estadounidense Peter Beinart.

Bajo el gobierno de Hamás, los opositores son brutalmente despachados, se niegan los derechos de las mujeres, y los homosexuales son torturados y asesinados. Incluso teniendo en cuenta el impacto del bloqueo israelí, los gobernantes de Gaza han hecho poco para mejorar las vidas de los habitantes de Gaza. La imaginación de Hamás se sustenta menos en una visión de la libertad palestina que en el odio a Israel y a los judíos.

Quienes celebran las acciones de Hamas como “resistencia”, e imaginan que masacrar a civiles israelíes parece ser una “descolonización”, tienen una visión miserable de los derechos de los palestinos. También es una perspectiva que, al disminuir el valor de las vidas israelíes, sólo fomenta el crecimiento del antisemitismo.

La deshumanización del “otro”, y el deseo de venganza por encima de la justicia, no son simplemente una característica de la política de Hamás. También está entretejido en las perspectivas israelíes desde esferas en lo más alto.

La “nación entera” de Palestina, afirmó el presidente de Israel, Isaac Herzog, “es responsable” de los crímenes de Hamás. El ministro de Patrimonio de Israel, Amichai Eliyahu, ha escrito sobre Gaza, citando con aprobación a un soldado: “Hagan volar y aplanar todo. Simplemente un deleite para la vista.” Galit Distal Atbaryan, parlamentario del Likud y, hasta hace dos semanas, ministro de diplomacia pública de Israel, exigió el “borrado de Gaza”, y agregó: “Aquí se necesitan unas FDI [Fuerzas de Defensa de Israel] vengativas y crueles. Cualquier cosa menos que eso es inmoral”.

Éste es el lenguaje de las Furias, no el de Atenea, y está respaldado por un inmenso equipamiento militar. También es el idioma de muchos partidarios occidentales de Israel. El congresista estadounidense Brian Mast, hablando durante un debate sobre su intento de frenar la ayuda humanitaria a Gaza, descartó la idea de "civiles palestinos inocentes", afirmando: "No creo que usáramos tan a la ligera el término civiles nazis inocentes".

No sólo ha cambiado la retórica israelí, sino también la estrategia militar. A partir de las campañas de bombardeos en el Líbano en la década de 1990, como observan Wendy Pearlman y Boaz Atzili en su libro Triadic Coercion, los líderes israelíes llegaron a considerar que la acción militar poseía una “utilidad inherente más que instrumental”, justificando el uso de “fuerza bruta e indiscriminada” por motivos “tanto morales como estratégicos”. Esto es lo que enfrentan ahora los habitantes de Gaza.

Israel no ha buscado encontrar soluciones políticas al conflicto palestino sino contenerlo y gestionarlo. Ha ayudado cínicamente a nutrir a Hamás, y Benjamín Netanyahu en particular lo ha apuntalado como un obstáculo para una Palestina independiente. “Para impedir la opción de dos Estados”, ha observado el general israelí convertido en investigador académico Gershon Hacohen, “está convirtiendo a Hamás en su socio más cercano. Abiertamente Hamás es un enemigo. Encubiertamente, es un aliado”. Israel está causando devastación en Gaza en busca de un monstruo que ayudó a engendrar.


Si bien ha habido muchas críticas, con razón, a las voces de izquierda que celebran el ataque de Hamás en Israel, se ha dicho mucho menos sobre las figuras políticas inmensamente más poderosas que promueven una retórica incendiaria y deshumanizante en nombre de la defensa de Israel, y el papel de esa retórica para justificar las atrocidades en Gaza. En cambio, en Europa y Estados Unidos hay un esfuerzo concertado para marginar los sentimientos pro palestinos.

En Francia, se han prohibido las manifestaciones de apoyo a los palestinos, mientras que una nueva ley propuesta tipificaría como delito insultar a Israel. En Alemania, como se observa en una carta abierta de escritores, artistas y académicos judíos, en áreas con grandes comunidades turcas y árabes, “camionetas blindadas y escuadrones de policías antidisturbios armados patrullan las calles en busca de cualquier muestra espontánea de apoyo palestino o símbolos de identidad palestina”. En Estados Unidos, quienes expresan sentimientos pro palestinos se han enfrentado al despido.

En Gran Bretaña, la ministra del Interior, Suella Braverman, ha sugerido que ondear una bandera palestina podría considerarse un delito penal, y que “no sólo los símbolos y cánticos explícitos a favor de Hamás... son motivo de preocupación”. La ministra de Ciencia, Michelle Donelan, autoproclamada defensora de la libertad de expresión en las universidades, ha señalado a dos académicos para ser censurados por sus opiniones sobre Israel y el conflicto de Gaza.
Aquí hay más que simplemente hipocresía sobre la libertad de expresión. Es un intento de replantear el conflicto de Gaza como una cuestión moral, más que política, y de deslegitimar las perspectivas palestinas, un enfoque que sólo puede hacer que el compromiso político en un terreno difícil sea aún más intratable.



“¿Dónde terminará? ¿Dónde se hundirá para dormir y 
descansar este odio asesino, esta Furia?”, pregunta 
el Coro al final de Los Coéforos, segunda obra de 
la trilogía de la Orestíada, después de que 
Orestes mata a Clitemnestra. 

 

Hoy, la respuesta depende de si nosotros,
 y los líderes políticos de Israel, Palestina 
y Occidente, deseamos escuchar
 a las Furias o a Atenea.




Publicado en el periódico británico THE GUARDIAN
Traducido del inglés al español por Oliverio Funes Leal