Desde pequeño hasta el presente, he escuchado - admirado y atento - el recitar de mi madre Nydia, en cualquier lugar o momento donde la musa soplara. Nacida en la campiña villaclareña - y resentida siempre de la vida en el campo a causa de las penurias de la pobreza - la limitada educación formal que obtuvo se la ofreció su madre Doña Angela. Habiendo recibido una mejor preparación educacional, ella se encargó diligentemente de enseñar a leer, y proporcionar otros conocimientos básicos, a sus numerosos hijos e hijas. Pero no solo letras y números eran impartidos en la escuelita improvisada. Los pupilos recibían también conocimientos cívicos elementales, y debían realizar actividades relacionadas a ellos. Por ejemplo, saludar la bandera y declamar poemas de contenido patriótico, social, o inspirados en la naturaleza.
Mi abuela María de los Angeles tenía razones justificadas para ser puntillosa al respecto. Su padre, Federico Leal González - Bellico para sus amistades - había luchado en la Guerra de Independencia de 1895. Bellico fue posteriormente presidente del Partido Liberal en Cruces, un pequeño poblado en el centro de la provincia de Las Villas. Por tanto, patriotismo y civilidad habían sido parte de la formación de Doña Angelita, la hija nacida huérfana cuando su madre, la bellísima Adela López, murió en el parto.
Todos los viernes, mi madre Nydia tenía que recitar de memoria un poema nuevo, mientras el resto de la pequeña cuadrilla permanecía en atención frente a la bandera. Han pasado unos ochenta años desde entónces, pero ella los declama todavía con el mismo fervor, gestos y ademanes del primer día.
A continuación ofrezco mi poema preferido. No fue hasta hace poco que asocié su mensaje con el panorama intemporal de la realidad cubana. Sobre todo, con los acontecimientos de las últimas cinco décadas. Los hechos desencadenados por la última élite gobernante cubana a partir de 1959 - justificables o no por el imperativo histórico de romper con las metrópolis usuales, y distorsionados in crescendo por la miopía intrínseca al emocionalismo político que aqueja todavía a muchas "intelligentsias" latinoamericanas - no sólo frustraron el espíritu de libertad que hubo de inspirarlos, sino que culminaron también en el fracaso por adornar la jaula dorada de sus ensueños.