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11 de abril de 2023

EL COLAPSO CUBANO



Lejos de la noción romántica de La Habana Vieja, este proyecto documenta la situación habitacional de la ciudad como un microcosmos del colapso del país. Muchos edificios se han derrumbado o han sido declarados inhabitables, lo que ha obligado a las personas a vivir en refugios o a vivir en cuclillas en condiciones inseguras mientras se construyen nuevos hoteles a su alrededor.
por Por Jordi Otix, Manu Mitru, Laura Luque y David Melero.
Fotografías de Manu Mitru y Jordi Otix



lunes 13 mar 2023 03.00 EDT
                                                Los cubanos enfrentan un presente precario y un futuro incierto. Mientras el gobierno se enfoca en la recuperación del sector turístico, las condiciones de vida de las personas están impulsando el mayor éxodo migratorio en la historia del país.
La inflación, el bloqueo económico y la mala gestión hacen que muchos no puedan cubrir sus necesidades básicas.
El enfoque principal de este proyecto es documentar la pésima situación de la vivienda en La Habana Vieja, un reflejo del colapso generalizado del país. Algunas fuentes sugieren que el gobierno permite que los edificios se derrumben para poder comprarlos a bajo precio y convertirlos en infraestructura turística.



Quienes han perdido sus hogares, en su mayoría mujeres y niños, viven en albergues, ocupan o intentan reparar sus casas en el mercado negro, único lugar donde pueden encontrar materiales, aunque sean demasiado caros.
Las voces de este reportaje revelan una realidad que se aleja de la imagen de un paraíso caribeño, de la vida en edificios ruinosos entre ratas, chinches, cucarachas y humedades, con continuos cortes de luz y agua y con un poder adquisitivo muy limitado.

Cuarenta personas, que han perdido su hogar, viven en el albergue La Coubre. Tiran la basura por las ventanas porque les cuesta sentir el lugar como propio.
Ni Sally ni Niovis trabajan. Tienen una tarjeta especial para alimentos, pero ha sido suspendida y Sally muestra signos de desnutrición. Las hermanas vivían en un edificio derrumbado en la calle Muralla 317. Les dijeron que estarían allí durante cuatro meses, pero eso fue hace cinco años.
Las autoridades les dijeron que repararían su casa, pero no lo hicieron y finalmente colapsó. Niovis dice que esto es muy común en La Habana, especialmente después de la temporada de huracanes entre junio y octubre. Por suerte, las chicas estaban fuera cuando sucedió.





Los mayores problemas de Jani son el hacinamiento en el refugio de su familia y la presencia de cucarachas, ratas y humedad. Cuando Leyanis estaba embarazada, una cucaracha se le metió en el oído mientras dormía y requirió atención médica.
El gobierno proporcionó literas para las seis personas de la familia, pero los colchones están infestados de pulgas. La familia pasa días enteros sin agua potable y los niños tienen serias dificultades para concentrarse en sus estudios. Cuando llegaron al albergue para evitar el inminente derrumbe de su antiguo hogar, Leyanis era un niño. Ahora es madre.

Los baños compartidos son una fuente de tensión. No tienen agua corriente por lo que hay que tener mucho cuidado con la limpieza, y eso genera discusiones entre vecinos. Judit ha construido su propio baño para tener más intimidad, algo difícil de encontrar en estos lugares superpoblados. Estaba siendo abusada por su expareja y se escapó en cuanto recuperó las fuerzas. Pasó casi cuatro años alquilando, pero no podía mantenerse a sí misma ni a sus dos hijos con el salario de su cuenta. Siente que la única opción que tiene para vivir dignamente es salir del país, siguiendo el destino de millones de cubanos.




Marlene, de 50 años, dice que su experiencia en el refugio puede afectarlos por el resto de sus vidas. Su hija, Keyla María, está traumatizada, como tantos otros niños que viven aquí. La madre de Marlene tenía cáncer de pulmón y en las condiciones de vida del refugio su salud se deterioró drásticamente. “Vivió mal, con sufrimiento, con agonía, y le rogué que pudiera vivir los meses que le quedaban de vida con dignidad, pero no sucedió”.

Los residentes intentan constantemente que las autoridades reparen el edificio. También han pedido los materiales para hacer el trabajo ellos mismos, pero no han recibido nada. Los niños del refugio se ven obligados a madurar temprano. Los mayores se esfuerzan por ayudar a la familia a salir adelante. Daian, de 17 años, vende refrescos en la calle para ganar algo de dinero.

Artelis, de 31 años, estaba en su apartamento con su hijo cuando el edificio se derrumbó. Su bloque comenzó a degradarse en 1984 y colapsó en 2018. Tuvieron que vivir en la calle durante ocho días. El gobierno dijo que la compensaría por sus muebles, pero esto nunca sucedió.
Bryan se enferma a menudo por el frío y los mosquitos en el refugio. Su padre vive en los Estados Unidos y envía dinero a casa. Las remesas representan alrededor del 6% del PIB del país. Gracias a esto y a los pocos ingresos que gana Artelis, puede cubrir sus necesidades básicas y las de Bryan. Ella es consciente de que será difícil encontrar un lugar más seguro para que su hijo viva, por lo que tiene la intención de enviarlo con su padre cuando sea un poco mayor.




Muchas familias se niegan a ser reubicadas en refugios por temor a perder sus derechos de propiedad ante el gobierno o un inversionista extranjero. Los que se quedan viven con el riesgo constante de derrumbarse. En la entrada de este edificio, la gente vende materiales que han rescatado de otras casas destruidas. A quienes se dedican a estas actividades se les llama “termitas”.
La última parte que se derrumbó fue el departamento de Jesús, de 78 años, dos meses después del huracán Ian en 2022. Había vivido allí durante 15 años.

En La Habana Vieja, antiguas oficinas se han convertido en el hogar de nueve mujeres y sus ocho hijos. Abandonaron sus antiguos hogares debido al hacinamiento, las malas condiciones y los problemas de salud mental.
Nueve familias continuaron viviendo en este edificio con la esperanza de que fuera reparado. Dos de sus pisos se derrumbaron en julio de 2020 y con la explosión del Hotel Saratoga adyacente en 2022, su estado se deterioró significativamente. Los habitantes trasladados se negaron a ser reubicados en un refugio debido a las pésimas condiciones. Las familias pasaron años pidiendo ayuda a las autoridades para salvar el edificio, pero ninguna llegó. Esta situación es especialmente común en La Habana Vieja, la principal zona turística de la ciudad. Aquí conviven hoteles de lujo con edificios al borde del colapso, en un claro proceso de gentrificación auspiciado por el propio gobierno.




En su afán por impulsar el turismo tras la pandemia, las autoridades están convirtiendo edificios patrimoniales en hoteles, que aportan divisas a las altas esferas del poder. Mientras tanto, solo construyó el 58% de las viviendas previstas para 2022.
Este modelo contrasta con el de la revolución cubana, que se basaba en el usufructo gratuito. Grandes hoteles y mansiones fueron expropiados y utilizados para crear apartamentos para las clases media y baja. Ninguna de estas personas es propietaria de sus casas, y no tienen derecho a ninguna compensación cuando se derrumban.

Marta, de 62 años, es tía de Denís Solís, uno de los tres opositores presos en el barrio por las marchas del Movimiento San Isidro (MSI), que se realizaron en 2020 y 2021. El MSI es un movimiento artístico y social que se enfoca su actividad en la crítica al gobierno y la defensa de los derechos humanos. Solís estuvo preso ocho meses y abandonó el país en octubre de 2021. Encontró asilo como refugiado político en EE.UU. con cuatro familiares, dejando a Marta y su hijo en Cuba. A pesar de haber trabajado como inspectora de reforma urbana, aduanas y archivo histórico, la pensión de 1.540 pesos de Marta no alcanza para subsistir un mes. La gran escasez de productos básicos en las tiendas locales obliga a la gente a recurrir al mercado negro, donde un paquete de pollo cuesta 1.200 pesos. Marta hace los mandados de sus vecinos, salvándolos de colas que pueden durar más de 24 horas y lavando la ropa a mano.
“El futuro parece sombrío”, dice ella. 
“Para la juventud, lo veo bastante feo y podrido”.



Antonio, de 60 años, nació y se crió en el 54 de la calle Acosta. Vivía allí cuando el edificio se derrumbó. Vivía con otros cuatro familiares que se fueron dos meses antes del derrumbe cuando el gobierno les informó sobre el riesgo de estar allí. No quería irse porque tenía miedo de que ocuparan su casa o le robaran sus pertenencias. Un día, cuando caminaba frente al edificio, se derrumbó y se quedó sin nada. La idea de Antonio es seguir trabajando duro en la construcción para crear un nuevo hogar para su familia. Mientras tanto, permanece en un albergue con otras 25 personas. Comparten un solo baño y el gobierno les brinda desayuno y almuerzo. Antonio ha estado allí durante seis meses y dice que espera que el gobierno los traslade a un lugar donde puedan reiniciar sus vidas.

La situación de la vivienda es particularmente grave en La Habana, la provincia más densamente poblada de Cuba. Según datos oficiales, cuenta con 185.348 inmuebles en mal estado, de los cuales 83.878 necesitan reparación parcial y 46.158 reformas importantes. Se necesitan otras 43.854 viviendas para damnificados de derrumbes anteriores que residen en albergues estatales, y otras 11.458 por el aumento de la población de la ciudad.
Las noticias locales sobre derrumbes son frecuentes, pero rara vez cruzan fronteras. El derrumbe de un balcón en La Habana Vieja mató en 2020 a tres niñas de entre 11 y 12 años y el caso se internacionalizó. El gobierno reparó rápidamente el edificio, uno de los pocos casos en los que lo ha hecho.




“Aquí todo se mueve por el mercado negro, nada se mueve por el mercado legal porque hay escasez de todo”, dice. “Y al mismo tiempo, como hay escasez de todo, la inflación es alta. A pesar de esto, todavía se están construyendo hoteles de lujo.
“Estamos harto de que le digan a todo el mundo que no hay nada, pero hacen un acuerdo con una gran empresa y metes tu material. Pero seguimos teniendo la misma mensualidad: un paquete de pollo, cuatro de picadillo y dos de chorizo… Entonces, ¿dónde está todo el dinero que están generando las empresas aquí?”.







Traducido del inglés al español por OLIVERIO FUNES LEAL