Carlos Lage y Felipe Pérez Roque - IN MEMÓRIAM
“La miel del poder,
por el cual no conocieron sacrificio alguno,
despertó en ellos ambiciones
que los condujeron a un papel indigno.”
Fidel Castro
“... La tiranía no es un asunto de robo y violencia menor,
sino de saqueo al por mayor, sagrado y profano, privado o público.
Si alguien es capturado cometiendo los crímenes detallados abajo,
se le castiga y deshonra: sacrilegio, secuestro, hurto, fraude, robo
son los nombres que damos a esas formas de infracciones leves.
Pero cuando un hombre tiene éxito en robarse el cuerpo entero de
los ciudadanos, y los reduce a la esclavitud, hay quienes se olvidan
de esos nombres feos, y lo llaman feliz y afortunado, como hacen
todos los demás que oyen de su mal comportamiento no mitigado.”
Platón, La República.
Caminaba meditativo cerca de Union Square, uno de las áreas comerciales y turísticas más importantes de San Francisco. Vivo en los alrededores, y había salido, contra mi voluntad porque hacía frío esa mañana, para avituallar mi despensa. La crisis económica ha mantenido alejados a los turistas nacionales y extranjeros desde hace un tiempo. Pero aún así, me sorprendió la escasez de público en la zona. Usualmente, está rebosante de peatones entrecruzándose en todas direcciones. La imagen que viene a la mente - viendo el espectáculo de ese movimiento humano - es el de un telar en función. La trama y urdimbe viviente - siempre distinta - crea a diario una gran tela cosmopolita que viste nuevamente de Humanidad a la ciudad.
Al llegar a una esquina de la céntrica zona, un espectáculo singular hizo que me detuviera junto a otros transeuntes. Meneando pausadamente un rabo frondoso, como para no desequilibrar al resto de la cuadrilla, un perro de mediana talla se mantenía impasible al lado de su amo. No era para menos el interés despertado por el canino. Acurrucado sobre su lomo - también imperturbable - un gato obeso se dedicaba a observar con indiferencia los alrededores. Los espasmos involuntarios del pelaje cubriéndole sus paletas - hacían de éstas un sitio poco estable para acunar a la diminuta rata blanca que trataba de asentarse entre ellas. Ella, desde su altura privilegiada, oteaba alerta y nerviosamente el horizonte. Era evidente que el roedor no se sentía seguro en aquel cuadro idílico de fraternidad biológica. Para compensar su precaria posición en aquella pirámide - y mantenerlo enfocado en impresionar al público que los alimentaban con sus donaciones, la rata era quien recibía más golosinas de su amo.
Hice fotos rápidas y de mala calidad - al excepcional grupo - con mi teléfono. Los medios de comunicación brindan a diario una retahíla de imágines graciosas, aterradoras o tontas; pero no todos los días disfrutamos de una mini función de Planeta Animal en vivo.
Había dado media vuelta, para retirarme, cuando una pequeña conmoción a mis espaldas me detuvo. Miré hacia atrás, y apenas tuve tiempo para ver a la rata en el aire - pataleando y chillando aterrada - para caer en el suelo. ¿Qué había pasado con la provechosa armonía? Atiné a mirar hacia donde estaban el perro y el gato. El amo comandaba al perro a que dejara de sacudirse, mientras el gato se mantenía en equilibrio con sus garras encajadas firmemente en el lomo de aquél. ¿Era odio lo que notaba en sus ojos cuando miraban al roedor caído y tembloroso? ¿Había sido una necesidad ancestral del perro para mostrar su supremacía? ¿O las uñas clavadas - en el lomo del perro - había sido una provocación insidiosa del gato para provocar a éste?
Incrédulo de mi propia subjetivismo, me encogí de hombros con indiferencia. Meditativo, continué mi camino.