EL NACIMIENTO DE LA PRENSA EN CUBA:
PAPEL PERIÓDICO DE LA HAVANA.
Por Juan Nicolas Padron
En el siglo XVIII cubano se crearon las condiciones para un crecimiento notable de la civilización occidental, en especial en La Habana, junto al arribo de la Primera Modernidad con la Ilustración. Apuntaban a ello la introducción de la imprenta, la fundación de la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana y la presencia ya histórica del Seminario Carlos y San Ambrosio. También contribuyeron los aportes de los primeros historiadores y el surgimiento de personalidades que enriquecieron la prensa con discursos culturales integrales, el desarrollo tecnológico de la industria azucarera, la prosapia de la oratoria —académica, eclesiástica o fúnebre—, la puesta en escena de no pocas obras y sus correspondientes valoraciones críticas, el auge de la sociabilidad en ciudades donde resaltaba el esplendor de la mansión criolla, el surgimiento de paseos y avenidas y la proliferación de las costumbres españolas y su adaptación criolla, incluidos juegos de barajas, corridas de toros, peleas de gallos, tabernas, etc.
Quizás el primer gran acontecimiento haya sido la aparición de la imprenta hacia 1720, nada extraordinario si tenemos en cuenta que México la tuvo en 1539 y ya antes de la Isla la empleaban Perú, Guatemala, Paraguay y Brasil. Una de las primeras obras impresas conservadas es la Tarifa general de precios de medicinas, de 1723, publicada en el taller de Carlos Habré, un emigrante belga de origen flamenco llegado sin fortuna a La Habana. Parece que la imprenta de Habré era defectuosa y sus ediciones no tenían la mejor calidad, aunque exhibía ornamentos tipográficos y diversos tipos de acentos —no tenía la ñ, un grave problema para los españoles—. A fines del xviii la imprenta en Cuba era ya un negocio y, en la imprescindible fuente que es El libro en Cuba, de Ambrosio Fornet, puede leerse:
Ocho impresores se establecen a lo largo del siglo xviii. Los siete primeros en La Habana: Carlos Habré hacia 1720; Francisco José de Paula, en 1735; Blas de los Olivos en 1754 y, poco después, en el mismo taller, su yerno Francisco Seguí; Matías José de Mora en 1775; Esteban José Boloña en 1776 y Pedro Nolasco Palmer hacia 1791. Matías Alqueza se establece en Santiago de Cuba en 1792, aunque su primer impreso conocido es del año siguiente. De ellos, solo Habré y Paula pertenecen a ese oscuro período que hemos convenido en llamar la “prehistoria”; para ambos la imprenta, más que un oficio, fue una extraña aventura.[1]
Los textos que más se imprimían en aquellos inicios eran religiosos, como las novenas, ejercicios de devoción practicados durante nueve días seguidos para obtener alguna gracia; un ejemplo curioso es la Novena a la esclarecida Virgen y Mártir Sta. Apolonia, abogada de los males de muelas. Compuesta por un Sacerdote Devoto de la Santa. Reimpresa en la Havana en la Imprenta de Joseph de Mora. Año 1775. Otro de los servicios a la Iglesia eran las cartas pastorales, misivas abiertas firmadas por un obispo o conferencia episcopal —dirigidas al clero, a laicos o fieles de sus diócesis—, con consejos generales, instrucciones o consolaciones y orientaciones para comportarse en circunstancias particulares. De ahí que el principal usuario de las pocas imprentas del siglo fuera la Iglesia; pues las escuelas, con el encargo de algunos tipos de láminas, no superaban la demanda religiosa, que incluían estampillas, oraciones y misales.
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