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5 de abril de 2023

¡ASHABUKY! - DE CÓMO LA EGOLATRÍA FORJA PELELES, DISIDENTES Y ENEMIGOS


Una vez leído el discurso manipulador del "Iluminado", !Oh¡, un ermitaño "invertido" que sobrevivió en grutas durante años, vociferó avivado:
¡ ASHABUKY !
La expresión reverberó continuamente en su caverna hasta escapar al exterior. Mientras, los intrigados y los intrigantes especulaban sobre el significado de la exclamación explosiva. 

 !Oh¡, aunque todavía en secretismo, les musitó liberado:
¿ASHABUKY?: ¡KARMA Y SORTILEGIO!


LA HISTORIA LO ABSOLVERÁ...Y LO ABSORBERÁ

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz

 en la clausura del acto para  para conmemorar el VI aniversario del Asalto al Palacio Presidencial, celebrado en la escalinata de la Universidad de La Habana, el 13 de marzo de 1963.


Esta fecha que marca el momento de más alto heroísmo en la historia de nuestra universidad, y que es por eso un día que habrá de culminar siempre en un acto como el de hoy, con los estudiantes fundamentalmente, será una fecha de mayor importancia cada año.

No ocurrirá como en el pasado, en que las fechas gloriosas iban perdiendo emoción, iban perdiendo fuerza, en el vacío donde todo el esfuerzo de los que lucharon y de los que cayeron parecía perderse.

Esta fecha tendrá cada vez más y más fuerza, esencialmente porque aquel esfuerzo y aquel sacrificio no cayeron en el vacío, sino porque los frutos se verán florecer cada vez más y más. Y el futuro se encargará de demostrarnos esta verdad, porque el futuro será, cada vez más visiblemente, el futuro de nuestra juventud, el futuro de nuestros estudiantes. Y porque la patria será cada vez más y más una inmensa escuela, una inmensa universidad.

Y este espacio, este espacio que hoy se colma de jóvenes, no será ya bastante para dar cabida a nuestros estudiantes. Y por eso, será necesario hacer como se hizo. ¿Quiénes van al acto de la escalinata? ¿Cuáles becados van al acto de la escalinata, de nuestros becados no universitarios? (APLAUSOS). Pues los mejores estudiantes, los de mejor comportamiento, los de mejor expediente (APLAUSOS). Si alguno que no pertenece a esa categoría se coló por ahí, es bajo su responsabilidad exclusivamente.

Pero así fue como se resolvió el problema, porque ya es un problema el decidir quiénes pueden venir, porque todos no caben en esta escalinata. Y, entonces, se seleccionaron, por eso, a aquellos que tenían más méritos.

Y así, año por año, en que serán más y más los estudiantes, se reunirán en esta escalinata los más estudiosos y los de más méritos. Y un puesto aquí, aunque sea un puesto de pie, para conmemorar este día, para poder venir aquí, para tener el honor de estar aquí, habrá que ganarlo durante el año.

Nosotros, medio en broma, al comenzar este acto les decíamos a algunos compañeros: en nuestros tiempos no había tanto público en la escalinata; en nuestros tiempos de estudiantes, la escalinata muy pocas veces se llenaba.

Estas son las diferencias, las profundas y las visibles diferencias entre el pasado y el presente. Pero, sobre todo, hay que pensar y hay que mirar hacia el mañana. Nosotros, los revolucionarios, siempre pensamos en el mañana.

En ocasión reciente de hacer un recorrido por las áreas escolares de nuestra capital, comenzando por la escuela de enseñanza primaria de becados también, de Santa María del Mar, continuando por la ciudad escolar situada en el antiguo centro de Tarará (APLAUSOS)  — que parece que tienen su representación aquí en este acto, por lo que oigo —, y continuando después por distintos sitios, horas prácticamente recorriendo calles, observando los cambios en el comportamiento, en la disciplina, en la actitud, y hasta en la presencia física de nuestros estudiantes, le decía a un compañero que eso era como un recorrido por el futuro.

Un día como hoy, en un acto como este, hay que pensar sobre todo en el futuro, mirar hacia el futuro. Nosotros a veces nos preguntamos cuál será la visión panorámica de nuestros jóvenes; cuáles serán sus sentimientos un día como hoy; qué pensarán.

Recordando aquel respeto con que nosotros pensábamos siempre en nuestros mártires, en los hombres que dieron su vida por una causa, por la causa de nuestro país, de nuestro pueblo; recordando la historia, la historia desde las luchas por la independencia y las luchas en la república; y recordando aquel respeto que nos inspiraban a nosotros nuestros antecesores, nos hemos preguntado cuál será el sentimiento de nuestros jóvenes.

¿Es que acaso tendrán los jóvenes el sentimiento de que aquella lucha concluyó?  ¿Es que acaso tendrán el sentimiento de que las páginas más brillantes fueron ya escritas?  ¿De que lo más heroico y lo más meritorio ha sido ya realizado, y que no habrá para nuestros jóvenes el escenario, el combate donde probar su espíritu, donde probar sus cualidades de revolucionarios y de patriotas?  A veces nos preguntamos esto.  Y, sin embargo, quien creyera que ya está escrita la historia, quien creyera que no quedan por delante muchas páginas brillantes por escribir, estaría equivocado.  Porque quedan por delante de todos, y sobre todo quedan por delante de ustedes, muchas páginas que escribir todavía, mucho que luchar todavía, mucho que hacer todavía y mucho que crear todavía.

Se han librado unas cuantas batallas.  Pero las batallas que se libraron contra Batista y su camarilla, las batallas que se libraron contra sus esbirros y criminales, no eran todavía sino el comienzo de la Revolución.  Y no eran las batallas más difíciles; las batallas que se libran contra el imperialismo son más difíciles todavía.

Pero hay aun otra batalla todavía más difícil que esas batallas contra el imperialismo —y algunos se preguntarán qué batallas pueden ser esas—, y esa batalla es la batalla contra el pasado, contra el pasado y sus ideas reaccionarias, contra el pasado y sus hábitos nefastos, contra el pasado y sus vicios, contra el pasado y su sistema de privilegio, de explotación del hombre por el hombre, contra el pasado y las ideas, las ideas — repito —, las ideas que nos dejó; la manera de mirar las cosas, de mirar la vida, los conceptos egoístas; aquel nacer y crecer diferenciando siempre entre lo mío y lo tuyo, y el concepto de lo mío, lo mío, por encima de todos los demás; las ideas que se fueron asentando durante siglos prácticamente.

En las revoluciones las ideas tienen mucha importancia, porque luchan las clases y luchan las ideas de las clases.  Y los reaccionarios tratan de atraer a sus ideas el mayor número de personas posible; aprovechan, se valen de la influencia de las viejas ideas en las personas.  Y desde luego que son precisamente nuestros estudiantes universitarios y los de nuestras escuelas superiores de enseñanza, los que han de constituir la vanguardia en la técnica y también en la cultura y en las ideas.

Porque claro está que no se forjan aquí ya parásitos para la sociedad, sino trabajadores para la sociedad, servidores de la sociedad; no explotadores, sino trabajadores.  Y han de ser en cada centro de trabajo los de mente más amplia, cultura más vasta y comprensión más amplia y profunda.  Porque de la ignorancia se vale el enemigo, la ignorancia forma parte del pasado.

Cuando hablo de pasado y sus vicios pienso, sobre todo, entre tantos vicios, en la ignorancia.  Y esos son grandes aliados de los reaccionarios y de los imperialistas.

El año pasado, en esta fecha, se presentaron las circunstancias que me obligaron a hacer una crítica por la supresión de una invocación a Dios en el Testamento de Echeverría.  Con toda honradez, con toda sinceridad, que debe ser la honradez y la sinceridad de los revolucionarios, hice aquella crítica, juzgando erróneo y no revolucionario aquel acto.  Los compañeros comprendieron la crítica y reconocieron el error.

Hoy voy a hablar de otros que, invocando a Dios, quieren hacer contrarrevolución (APLAUSOS).

Y esto está relacionado con lo que hablábamos de la batalla más difícil de todas, que era la batalla contra el pasado, y cómo ese pasado trata de gravitar por todos los medios posibles, y cómo los reaccionarios se valen de todos los medios posibles, y cómo los imperialistas, esos monstruos sin entrañas, porque no les interesa más que la cantidad de oro que puedan acumular día a día, mes a mes y año por año; porque a ningún imperialista, a ningún capitalista, a ningún explotador le interesa otra cosa —y esto lo comprende quien llegue a tener un mínimo de raciocinio— no le interesa ni le interesará jamás otra cosa que su provecho, su propio beneficio.

Claro está que tratan de hacer creer al mundo que al luchar por sus beneficios personales luchan por el progreso de la humanidad.  Nosotros sabemos bien cuan triviales eran muchos de esos creyentes, que llegaban a la iglesia por la mañana, todavía con los vapores del ron que habían ingerido en sus aristocráticos y privilegiados clubes.  Sabemos cuán “piadosa” era esa gente, tan “piadosa”, que en unas Navidades sangrientas, como aquellas de Cowley, que en una noche asesinó a más de 20 luchadores proletarios.  Eso era muy poca cosa para ellos, que no habría de interrumpir las fiestas de fin de año, ni se sintieron jamás sensibilizados por los cientos y miles de muertos de aquella lucha, y que aun en los días postreros de Batista, el propio 31 de diciembre, día de la fuga, los sorprendió en medio de sus fiestas y francachelas.

Claro está que por la mañana dicen que se sentían muy contentos porque se había ido el señor Batista.  Pero es que, indiscutiblemente, creían que iban a tener manos más sueltas para explotar aun más a nuestro pueblo.  Conocemos, pues, la piedad de aquellos señores.  No tenemos ninguna duda.

Y recordamos cómo algunos señores que nunca habían ido a la iglesia, apenas vino la ley de Reforma Agraria, comenzaron a ir a la iglesia prácticamente todos los días.  Pero, bien:  el pueblo los conocía.

El imperialismo trató de enfrentar la iglesia católica a la Revolución y el imperialismo fue desenmascarado.  Algunos sectores reaccionarios de la iglesia trataron de utilizar las iglesias contra la Revolución, pero fueron también desenmascarados.  Las aguas fueron tomando sus niveles y los imperialistas empezaron a perder la esperanza de poder utilizar la iglesia católica como instrumento de su contrarrevolución.

La Revolución se mantuvo firme en sus principios de respeto a las creencias religiosas de cualquier ciudadano, su respeto al culto.  No ocupó iglesias, no cerró iglesias, no obstaculizó las actividades de ningún sacerdote dispuesto a desempeñar sus funciones propiamente religiosas, e incluso puede decirse que comenzaron a desaparecer los conflictos entre la Revolución y la iglesia católica.

De manera que, si en los primeros meses de la Revolución se oía hablar de muchos casos de actividades contrarrevolucionarias relacionadas con la iglesia católica, después ya no se oían más y, prácticamente, apenas se oyen.  Y los hechos han servido para demostrar cómo es posible que una revolución respete las creencias, cómo una revolución proletaria mantenga ese principio en el poder, y cómo la Revolución respeta los sentimientos religiosos de cualquier ciudadano; que no es lo mismo que respetar las actividades contrarrevolucionarias de cualquier reaccionario, encubiertas bajo el manto de la religiosidad (APLAUSOS).

¿Qué hicieron los imperialistas?  ¿Se conformaron?  No, cambiaron de táctica, y hasta cambiaron de iglesia.

Y eso lo veremos muchas veces.  Veremos al enemigo de clase cambiar de táctica muchas veces, porque esta lucha será larga y tiene que ser, necesariamente, larga.  Porque esta lucha de clases, esta lucha de ideas no se liquida en 24 horas.  La batalla más difícil, la batalla más larga no era la batalla contra Batista; la batalla contra los imperialistas, la batalla contra los reaccionarios, la batalla contra los explotadores, la batalla contra el pasado, como decía hace unos minutos.  Y veremos muchas veces al enemigo cambiar de táctica.  Y eso hizo el imperialismo:  cómo cambió de táctica cuando se vio aplastado en las ciudades por los Comités de Defensa de la Revolución (APLAUSOS).  De tal manera se le estrechó el cerco, que se mudaron de las ciudades para el campo, donde la dispersión de la población hace más difícil la vigilancia que en la ciudad.

Y, de un tiempo acá, las actividades de dos o tres sectas religiosas, fundadas, precisamente, en Estados Unidos, y que han sido utilizadas como vanguardia de penetración en América Latina, sectas fundadas y subsidiadas por los imperialistas Porque a los tiburones del imperialismo, señores, no les importa Dios, ni religión, ni nadie, porque no tienen más Dios que su oro y sus ganancias (APLAUSOS).

Pero, además, como los tiburones del imperialismo tienen una posición moral e ideológica muy débil frente a la realidad de la explotación, como a los tiburones del imperialismo se les hace muy difícil justificarle a nadie la existencia de millones de analfabetos y de explotados y de gentes hambrientas, y las muertes prematuras, y el promedio de vida que apenas rebasa los 30 años en muchos países de este continente, y como eso es muy difícil de defender con lógica y con argumentos, y como tienen muy poco que ofrecerle al hambriento y al explotado, muy poco que ofrecerle en esta vida, vida que para las masas es más breve que para los explotadores, entonces, se valen de un magnífico expediente:  el de ofrecerles maravillas en la otra vida. Tal vez las maravillas que los pobres de este mundo ven en las casas de los ricos.

Imagino cómo verá un pobre el cielo, y tal vez se imagine el cielo con un gran automóvil, vajillas de plata, un palacio y una pierna de cerdo o de res asada en la mesa de su casa. Es decir, se imaginarán que saben, se imaginarán cultos, se imaginarán saludables, se imaginarán esas maravillas que los ricos explotadores disfrutan en este mundo y no quieren dejar para el otro (APLAUSOS).

Pues, bien: donde pensaban penetrar las compañías petroleras, mandaban por delante misioneros de algunas de esas sectas. Y quienes han estado en algunos de esos sitios se horrorizan de los resultados de la superstición y el engaño en las mentes ignorantes. Y cómo había, por ejemplo, una familia de leprosos, convertidos ya a esa secta, y que, cuando les decían de mandar sus hijos al hospital, decían: “No, porque ese hospital es católico, y es preferible que se mueran, porque a esta vida se viene a sufrir y a morir para ganar la otra vida.”

Ya no era, naturalmente, como hoy, choque de ideas religiosas contra ideas políticas. Cuando no se enfrentaban las ideas políticas, eran choques, incluso, de fanatismos religiosos. Y la humanidad vivió mucho el choque de esos fanatismos.  Millones y millones de seres humanos cayeron en esas luchas de fanáticos, pero, detrás de las cuales se encubrían determinados intereses, bien nacionales, bien de clases.

Y, de un tiempo a acá, comenzamos a observar una actividad inusitada en nuestro país —actividad que no habían tenido nunca— de esas sectas que son dirigidas directamente desde Estados Unidos, porque a esas no las dirigen desde Roma.  A esas las dirigen directamente de Estados Unidos y las utilizan como agentes de la Agencia Central de Inteligencia, del Departamento de Estado y de la política yanki.

Naturalmente que trabajan con métodos muy sutiles, naturalmente que van a explotar la ignorancia, van a explotar la superstición, van a engañar al más ignorante, al campesino más humilde. Y así, mientras la Revolución organizaba su campaña de alfabetización y movilizaba decenas de miles de jóvenes para erradicar el analfabetismo, los imperialistas movilizaban a sus sectas religiosas, las subvencionaban y las lanzaban por los campos, aprovechándose de la tolerancia de la Revolución, para realizar actividades no con fines religiosos sino con fines eminentemente y esencialmente políticos y contrarrevolucionarios.

Y entonces comenzaron a llegar las noticias y los informes, sobre todo en las zonas donde trabajaba la contrarrevolución más activamente, de la presencia de elementos de esas sectas.

¿Cómo trabajan?  ¿Qué hacen?  Trabajan de una manera muy sutil, van a explotar la superstición.  Todo el mundo sabe cuán supersticiosos suelen ser nuestros campos.  ¿Quién no ha vivido en el campo?  ¿Quién no recuerda que, incluso, las cosas más absurdas que nos contaban y que se convertían en creencias:  que si una lechuza pasaba y había que decirle “solavaya” (RISAS), que si un gallo cantaba tres veces y nadie le contestaba al gallo, que si una gallina cantaba como gallo?  y así por el estilo cosas que cualquiera leyendo “La Historia de Roma”, de Tito Livio, no encontraría grandes diferencias entre aquellas supersticiones fenomenales del mundo antiguo, en que todos los problemas iban a decidirse primeramente ante un hechicero:  cuál era el día bueno de la batalla y cuál era el día malo, si la suerte iba a ser favorable o adversa, y eran continuos sacrificios de aves y de animales en general, incesante vivir en medio de la superstición y del engaño, producto de la ignorancia de aquellos tiempos, en que muchos fenómenos de la naturaleza no podían explicarse siquiera.

Y esa ignorancia es la que van a explotar esos agentes de los imperialistas.  Y claro está que muy sutilmente, no de manera abierta; pero se van a una zona donde puedan haber agentes de la contrarrevolución, donde la Agencia Central de Inteligencia ha tratado de crear bandas, donde se han cometido asesinatos como el del maestro Conrado Benítez o del brigadista Manuel Ascunce Domenech (APLAUSOS), y entonces allí se van a predicar, allí precisamente donde jóvenes son asesinados, donde campesinos son asesinados, donde obreros son asesinados y donde tienen que defenderse de las bandas y de los asesinos, allá se aparecen estos agentes del imperialismo a decir que no debe haber lucha, que no deben emplearse las armas y a hacer una tarea de reblandecimiento.  Y, bajo pretexto de la religión, decir:  “no uses armas, no te defiendas, no seas miliciano”; o cuando hay que hacer una recogida de algodón, o de café, o de caña, o un trabajo especial, y las masas se movilizan un domingo, o un sábado, o cualquier día, entonces llegan ellos y dicen:  “no trabajes el séptimo día”.  Y entonces empiezan bajo el pretexto religioso a predicar contra el trabajo voluntario.

Pero, además, predican que la bandera no debe jurarse, y les dicen a los padres:  “no mandes a los niños a las escuelas el viernes para que no juren la bandera”.  ¿Y es que nuestra patria —patria que ha tenido que luchar tanto por su independencia y por su bandera, patria que ha dejado tantos héroes en el camino, patria que por su destino ha dado la vida de tantos jóvenes, de tantos trabajadores, de tantos campesinos, de tantos hombres y mujeres dignos— puede tolerar que nadie predique esa irreverencia contra la patria, esa irreverencia contra la bandera?  (EXCLAMACIONES DE:  “¡paredón, paredón!”)

¿Es que la patria, que tiene que defenderse de un enemigo poderoso a 90 millas, que incesantemente nos amenaza con atacarnos con todas sus fuerzas, puede tolerar que nadie predique esa falta de patriotismo, ese abandonar el combate, ese no empuñar las armas, y de tal forma contradiga el himno de una nación que dice:  “Al combate corred, a las armas valientes corred,” desde los días de Céspedes?  (APLAUSOS).

¿Es que una patria, una patria que necesita producir para vencer las enormes dificultades que nos trae el bloqueo económico de la más poderosa y reaccionaria nación de la Tierra; es que la patria que tiene que trabajar para hacer su futuro, puede permitir que se prediquen esas supercherías contra el trabajo?

¿Y qué tiene que ver eso con la religión?  ¿Qué tiene que ver eso con los sentimientos religiosos de nadie?

Y por eso es que les decía que hay que luchar, y luchar duro.  Difícil es que vengan a esta universidad a predicar idioteces, porque no encontrarán caldo de cultivo favorable; difícil es que le vengan a decir aquí a nadie que no vaya al médico y que rece una oración para curarse; difícil es.  ¡Pero aquí no vienen!, van allá donde está la ignorancia, la ignorancia que dejaron en nuestra patria 60 años de explotación imperialista.

¡Y a esos enemigos hay que desenmascararlos ante las masas, hay que ponerlos en evidencia ante las masas!  Y las masas proletarias, y las masas campesinas, y los estudiantes, y los trabajadores intelectuales, que han tenido la oportunidad de adquirir una mayor cultura, una actitud más científica, deben combatir la mentira, la superstición, la superchería y, por encima de todo, la farsa contrarrevolucionaria que pretende ocultarse bajo el velo del sentimiento religioso.  Porque son enemigos de la Revolución, son enemigos del proletariado, son enemigos de los campesinos, son enemigos de la patria y son instrumentos de los imperialistas.

Y nuestro pueblo los conoce bien, sobre todo en los campos, a esos pseudo-religiosos.  Y, como dice un compañero, son conocidos uno de esos grupos con el nombre de los batiblancos por nuestros campesinos y nuestros milicianos —batiblancos con “B”—, porque han aparecido en muchos de esos sitios.

Y son tres, principalmente, esas sectas, los principales instrumentos hoy del imperialismo, y son:  los testigos de Jehová (ABUCHEOS), el bando evangélico de Gedeón (ABUCHEOS) y la Iglesia Pentecostal (ABUCHEOS).

Es curioso, y es una prueba de la tolerancia de la Revolución, una prueba extraordinaria de la tolerancia de la Revolución, que este último grupo tiene en la provincia de Las Villas, cerca del pueblo de Santo Domingo, una escuela llamada Instituto Bíblico Pentecostal, donde preparan sus cuadros, y que lo dirige un norteamericano; un yanki es el director de esa escuela (EXCLAMACIONES Y ABUCHEOS).  ¡Hasta dónde llega la tolerancia de la Revolución, hasta dónde llega!

En días recientes, por gestiones de la embajada suiza, se autorizó, como es conforme a nuestra política, la salida de una serie de señores que decían ser ciudadanos norteamericanos, o que tenían algún pariente norteamericano, o que les había nacido una hijita en la Florida (RISAS) y por lo tanto se acogían a ese beneficio de partir del país.

Y qué curioso, no se llevaron a ninguno de esos señores que están al frente de esas sectas; qué curioso, a esos no.  ¿Cómo llevarse a esos que están trabajando por la libre, que tienen escuelas y preparan sus cuadros para espiar, para observar el territorio nacional, hacer campaña contrarrevolucionaria entre los campesinos y combatir a la Revolución?

Pero véase hasta dónde llega la tolerancia de la Revolución, que tenemos a todo un director yanki de una escuela de cuadros de la contrarrevolución (EXCLAMACIONES DE:  “¡Fuera!”), disfrazado todo bajo el velo religioso.

¿Es que tiene nuestra patria la obligación de permitir eso?  (EXCLAMACIONES DE:  ”¡No!”) ¿O es que creen los imperialistas que somos idiotas?

Claro está, compañeros estudiantes, que las condiciones de ignorancia derivadas del pasado, donde estos medios pueden pretender determinados fines, no se cambian en un día.  Nosotros hemos puesto mucho énfasis y muy especial interés en la formación de maestros.

¡Ah, cuanto más avanza la Revolución tanto más nos convencemos de cuánta razón teníamos en eso! Gracias a los maestros que se promovieron en los primeros meses, el primero y el segundo año de la Revolución, contamos con escuelas en todo el país.

Ustedes saben qué esfuerzo fue necesario hacer; venir aquí a la universidad para encontrar profesores para los nuevos centros de enseñanza secundaria y preuniversitaria.  Y muchos jóvenes, compañeros de la universidad, se han destacado como magníficos profesores en esas escuelas y algunos de ellos han sido, incluso, designados directores (APLAUSOS).

Sin embargo, cuánto nos falta y cuánto esfuerzo hay que realizar para satisfacer cabalmente nuestras necesidades.

Estos señores pentecostales tienen una escuela donde instruyen a sus agentes durante ocho meses; mas, sin embargo, nuestros maestros, que comienzan por las Minas del Frío, tienen que estudiar cinco años y aun después tendrán que seguir cursos de distintos tipos de superación.

En topes de Collantes, escuela del primer ciclo, hay en este momento unos 3 000 jóvenes, de los cuales el primer contingente este año terminará el primer ciclo y después irá a estudiar dos años en un instituto pedagógico.

Y en este año se hizo el esfuerzo por ingresar un número determinado de maestros, se pidieron los certificados de sexto grado y    —como ya dije en una ocasión— casi el 50% tenían escolaridad de tercero y cuarto grado y a veces menos, lo que nos ha enseñado que habrá que hacer una movilización mucho mayor en el próximo curso para llenar el cupo de 5 000 a 6 000 que deben comenzar a estudiar.

Es que como todo era un fraude prácticamente en nuestra patria, no solo había un millón de analfabetos, sino muchos que teniendo un certificado de sexto grado, tenían una escolaridad de segundo o de tercero. ¡Así andaba nuestra enseñanza!

Y esos maestros que estamos formando serán los nuevos contingentes que ingresen en nuestro magisterio — y de los cuales, dentro de algunos años tendremos muchos miles graduados —, serán los encargados de ir allí a la escuela a enseñar de veras, a llevar hasta el nivel que corresponda a los jóvenes, a inculcarles desde temprano hábitos de vida social, hábitos sociales correctos.  Porque si bien es verdad que no todos los seres humanos son de la misma condición, del mismo temperamento, y del mismo carácter, la educación tiene una influencia decisiva, y es la educación lo único capaz de desarrollar las inclinaciones positivas del ser humano y de combatir desde muy temprano sus inclinaciones negativas.

Pero para eso necesitamos el técnico, el maestro, el experto, el que conozca cómo se educa un niño, cuál es la psicología de un niño, el carácter de un niño y cómo se enseña y se forma un niño.

Tenemos muchos maestros revolucionarios, porque en aquella sociedad de privilegios y de explotación y de incultura, sin embargo, a pesar de las condiciones adversas, se desarrollaron muchos talentos que descollaron en las distintas ramas, o de la medicina, o de la ingeniería, o como profesores, o como maestros; aunque, desde luego, no eran las condiciones de hoy en que vamos en serio a formar maestros.

¿Podía una campesina estudiar para maestra, o la hija de un obrero de un central azucarero?  ¡No, porque las escuelas normales estaban en las ciudades, principalmente en las capitales y no había becas; y hoy todos los alumnos de magisterio, todos, son becados y comienzan por las montañas.

Claro está que así llegaremos a tener formidables maestros, sobre todo si seguimos preocupándonos en ese sentido; si seguimos poniendo todos los medios, medios revolucionarios, medios nuevos, como los medios aplicados en una escuela de maestros funcionando en nuestra capital y de la que he hablado en alguna otra ocasión y que hoy tiene a su cargo cerca de 10 000 campesinas.

Muchachas de 15 y 16 años, realizando una labor impresionante, con extraordinaria responsabilidad, enseñando por la mañana, estudiando por la tarde y por la noche, regresando a la casa de las campesinas para fiscalizar cómo funciona todo, y lo que demuestra lo que puede lograrse, lo que puede hacerse con los jóvenes.

Y una de las cosas que ha tenido nuestra Revolución es saber calibrar el valor moral, humano y la dinámica y la actividad y la capacidad de los jóvenes.  Y hemos obtenido fantásticos resultados, impresionantes éxitos, de lo cual la campaña de alfabetización fue una elocuentísima prueba.

Hay que centrar la atención en la formación de los maestros y de los profesores, porque serán los soldados de la vanguardia en la lucha contra la ignorancia y contra el pasado.  Y en el futuro nadie tendrá que contar estas cosas, estas cosas increíbles de cómo los imperialistas preparan sus agentes y realizan sus actividades, primero porque las vamos a combatir, las masas se les van a encarar a los farsantes; sabrán distinguir entre el hombre y la mujer de buena fe; no olvidar, no olvidarse de los miles y miles de creyentes de buena fe engañados, imbuidos de toda una serie de ideas sembradas sobre su ignorancia, su desconocimiento del mundo, gente buena.

Lo que hay que combatir es a los responsables de ese fraude, lo que hay que combatir es las facilidades con que están contando y someterlos al fuero de las leyes del país (APLAUSOS).  Y, sobre todo, salirle al paso dondequiera que se encuentren, desenmascararlos como agentes del imperialismo enemigo de la patria (APLAUSOS); salirle al campo en nuestras granjas, en nuestras asociaciones campesinas; salirle al campo con nuestras organizaciones de masas y con nuestro Partido Unido de la Revolución Socialista (APLAUSOS).

Y en la medida que nos organicemos, y avancemos en todos los frentes, y superemos nuestras deficiencias, le iremos ganando la batalla en ese frente y en  todos los frentes.

Y esto les da a ustedes una idea de lo que tienen por delante, de la tarea que tienen por delante.  ¿Es acaso ese el único mal que se manifiesta?  No, surgen otra serie de males que son consecuencia directa del pasado, la herencia que nos dejó el capitalismo.  ¿Cuál de ellas por ejemplo?, el delincuente antisocial, el ladrón, el ratero.  Nuestra Revolución, en la lucha contra el imperialismo y los agentes del imperialismo, y centrando en ello todo su esfuerzo no ha tomado suficientes medidas contra otro tipo de mal que es herencia del capitalismo, y es la delincuencia común.  De tal manera que hay parásitos, crecidos bajo aquella sociedad, que no se resignan a trabajar de ninguna manera, que antes de querer ganarse el pan honradamente, trabajando en el campo o trabajando en las obras públicas, si no saben hacer otra cosa, prefieren ganarse en 15 minutos lo que de otra manera se tendrían que ganar en un mes o, dos meses de trabajo honrado.  Y robarse un televisor, o robarse un radio, o asaltar una casa (ALGUIEN DEL PUBLICO LE INTERRUMPE).

Sí, hay jueces que los sueltan, hay jueces que no colaboran con la policía (APLAUSOS).  Y, desde luego, eso obedece a otras razones, eso obedece a otras razones:  en algunos señores de estos jueces el deseo de crearle problemas a la Revolución.  Pero, además, en una legislación anacrónica, en que el señor que se roba un automóvil, o un radio, o un aparato eléctrico a cualquier familia (UNO DEL PUBLICO LE DICE:  “¡Guanahacabibes!”)  ¡Qué Guanahacabibes!, Guanahacabibes es para el que se equivoca de buena fe, no para el delincuente.  De manera que se ha dado el caso de que la policía ha arrestado dos veces, el mismo día, al mismo ladrón.

Claro está que no vamos a exonerar a nuestro cuerpo de orden público de responsabilidad.  Es que tienen que prestarle especial atención al problema y adoptar medidas efectivas y enérgicas, y hacerse conciencia de que hay que luchar seriamente contra ese vicio que nos dejó la sociedad capitalista.  .

Hubo, incluso, algún compañero que creyó que a través de métodos absolutamente filantrópicos iba a combatir ese mal social, esa lacra, y que con un buen consejo podría volver a la vida ordenada y a la convivencia social a un delincuente; esas son ilusiones, resultado:  con las leyes anacrónicas, la actitud de algunos jueces, la falta de conciencia social para combatir ese mal; que siembran el terror entre las familias, que hay familias aterrorizadas por la actividad de ese tipo de elemento antisocial, temiendo que le roben, temiendo sufrir cualquier accidente, ser víctimas de cualquier agresión por parte de ladrones.

Hay barrios, como el barrio por ejemplo de Altahabana, donde viven numerosos médicos, en que ellos nos han informado el estado de inquietud en que viven sus familias con motivo de esas actividades.  Y otros muchos barrios, pues, ¿por qué?  Porque andan “por la libre” los rateros (DEL PUBLICO LE DICEN:  “¡Que se vayan a trabajar!”), y sencillamente se impone como un deber de la Revolución el combatir de manera eficaz ese mal y adoptar medidas severas (APLAUSOS).

Mientras puedan salir a la calle con una fiancita de 100 pesos, esos negocios organizados, porque ellos tienen su red de distribución y de comercialización de los productos que obtienen con el robo, no les cuesta ningún trabajo obtener los 100 o los 200 pesos a los ladrones.

A veces emplean niños, lo cual es peor, emplean menores de edad para penetrar en las casas y abrirlas. Resultado:  la necesidad de tomar medidas severas.  En primer lugar exclusión de fianza (APLAUSOS); pero eso no es suficiente, quien roba en un domicilio donde se encuentra una familia, es decir que robe con el peligro para la familia de ser víctima de la agresión física, es decir robo con violencia en el domicilio y en las personas, pena capital (APLAUSOS PROLONGADOS).  Quien robe haciéndose pasar por un agente de la autoridad, pena capital (APLAUSOS); y quien robe empleando menores de edad, con tanta más razón pena capital (APLAUSOS y EXCLAMACIONES DE:  “¡Fidel, paredón para el ladrón!”).

Nosotros sabemos, nosotros sabemos que el delincuente es un producto de la sociedad, que el delincuente es un producto de esa sociedad abolida; pero no por eso podemos dejar de tomar medidas para proteger a las familias, para proteger a la sociedad de ellos, para proteger al pueblo de sus actividades.  No podemos dejar de tomar medidas drásticas, porque de otra manera quedaría la sociedad expuesta al libre albedrío de estos elementos antisociales.  Y hay que combatirlo como se combate una enfermedad, como se combate una plaga, como se combate una epidemia.

(ALGUIEN DEL PUBLICO HACE REFERENCIA A LOS BILLARES).  ¡Bien dicho!, el de ese compañero que nos ha recordado los billares (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES).  Nosotros no hemos discutido ese problema, pero muchos compañeros se nos han acercado para hablarnos de él, de la cantidad de vagos y de lumpen que se reúnen en muchos de esos sitios.

Yo les decía, compañeros, que nos quedaba mucho por hacer, pero mucho, porque queda todavía una cantidad de focos infecciosos de delincuencia y de vagancia, y sobre todo quedan las clases sociales que sostienen y alimentan esos focos, los vicios que los originan.  Porque, ¿qué es ese ladrón si no el producto de una sociedad que deshonra el trabajo, y que anatematiza el trabajo:  el capitalismo?  ¿Qué son esos vagos?  Porque no son solo los ladrones:  hay otros subproductos del capitalismo y de los reaccionarios y de los explotadores, subproductos que hemos recibido en abundancia, porque si bien no nos dejaron fábricas, nos dejaron vicios de todas clases en este país.

El imperialismo es pródigo en crear todos esos vicios.  Todo el mundo recuerda lo que ocurría en Guantánamo cuando los “marinos” andaban “por la libre”; y todo el mundo sabe lo que ocurre donde se encuentran las fuerzas yankis, cuánta corrupción, cuánto vicio introducen, porque ellos necesitan “entretener” a su soldadesca.

El producto a que me estoy refiriendo no es precisamente la prostitución ahora, mal y vicio, lacra contra la que luchamos pacientemente, cautelosamente, cuidadosamente, y con métodos adecuados; porque esas son las víctimas, ese es otro subproducto de la sociedad capitalista, que de tal manera degradaba a la mujer, que de tal manera la privaba de medios de vida, de medios decorosos para vivir, que de tal manera arrastraba a decenas y decenas de miles a esos repugnantes oficios.

No, no estaban abiertas las puertas de las profesiones técnicas, o de muchas profesiones técnicas, a las mujeres; no ingresaba prácticamente un 50% de muchachas en la escuela de medicina para hacerse médicos, o para hacerse enfermeras, o para hacerse maestras (APLAUSOS); no se convertían en administradoras de miles y miles de tiendas, como con la última ley de nacionalización decretada.

No.  El panorama de la vida para la mujer era otro muy distinto, y muy distinto al honroso porvenir y al porvenir digno que cualquier mujer hoy tiene aquí en nuestra patria.  Porque algunos de esos que han sacado a sus hijitas del país, las han sacado del país donde la mujer empieza a tener plenos derechos, todas las oportunidades, y donde la prostitución en sus mil formas está siendo abolida, para llevarlas al país que es el vivero ideal de todos los vicios.

Porque no en balde, y no es casualidad, que los contrarrevolucionarios se llevaran para Miami sus garitos, su bolita, y sus actividades ilícitas; no es casualidad que fundaran muchos prostíbulos allá en Miami y en otros muchos sitios de América donde han ido a parar.

Hay otros males a los que iba a referirme, y que es el del vago, el lumpen; lumpen, incluso, de altos ingresos, hijos de burgueses, que ni estudian ni trabajan.  ¿Qué esperarán?  ¿Que vuelva el capitalismo para vivir de vagos?  ¿Que sueñan?  ¡No sé qué soñarán, porque ahora los imperialistas parece que no los quieren recibir, no quieren recibir a los burgueses en Miami ni en Estados Unidos!  ¡Qué curioso!  La Revolución resistió el drenaje, la campaña colosal por llevarnos a los técnicos del país, haciendo campañas contra la Revolución de la emigración que salía.

Claro está que ellos se cuidaban muy bien de presentar el problema de la emigración de Cuba como un problema relacionado con la Revolución, y la Revolución lo único que había hecho era cambiar el carácter de esa emigración, y la composición de esa emigración, porque antes emigraban muchos infelices, muchos que no tenían dónde trabajar.

Y ustedes recordarán, antes de la Revolución, en las décadas del 40 y del 50, las inmensas colas frente a la embajada yanki pidiendo visa.  Y lo difícil que era conseguir una visa.  Cuando vino la Revolución, les abrieron las puertas de par en par a los que quisieran irse; ¡y la Revolución las abrió también de par en par para los que quisieran irse!

Pero, ¿qué ha ocurrido?  Los imperialistas cerraron sus puertas; perdieron la batalla frente a la Revolución, perdieron la batalla.  Y así, la gusanera no dirá que nosotros tenemos la culpa.  No; ¡porque nuestras puertas, están abiertas para los que deseen abandonar el país! (APLAUSOS).

Ellos dieron decenas de miles de visas y ahora suspendieron el transporte.  Como ustedes saben, el Gobierno permitió la salida en los barcos que traían el pago de la indemnización, y así salieron tres barcos.  Pero en el cuarto barco, ¿qué inventaron los imperialistas?  Pues inventaron un barco alemán, que llegaba aquí y de aquí se iba para Alemania, para no darle chance a salir a nadie.

Suspendieron las líneas; alegaron que era incosteable.  Se discutió la posibilidad de que de los dólares que pagaran los que salían, la mitad quedase en Cuba y la mitad lo recibiese la compañía —dólares que, por supuesto, tenían que mandarles de afuera.  Es decir, que el Gobierno cubano no ha puesto obstáculo alguno; las agencias imperialistas tratan de ocultar la verdad, porque evidentemente no quieren problemas allá con la gusanera —¡qué tienen bastantes ya, al parecer!

Y, ¿qué ocurrió?  Que les dieron permiso a decenas de miles de personas para ir a residir; muchas de ellas renunciaron a sus trabajos, en muchos casos magníficos y suculentos empleos a la sombra; muchos que no eran burgueses y pertenecían a la aristocracia, o a la pequeña burguesía, y ahora los embarcaron; los embarcaron una vez más.

¿Se van a quedar?  ¡Pues que no piensen recuperar el empleíto cómodo!  (APLAUSOS).  Porque nosotros entendemos que deben ir a realizar trabajo físico, que es el que hace más falta en este momento, y que se vayan a trabajar en la agricultura.  ¡Les damos trabajo a todos, si quieren, en la agricultura!  Y con perdón de los campesinos, que no sería más que un refuercito, ¡y no de mucha monta! (RISAS).  Pero, si quieren, que empiecen por el campo.

Y sería bueno recomendar a nuestros administradores, a esos a veces magnánimos, y excesivamente magnánimos empleadores, que sin revisar los cálculos de gastos en las empresas son demasiado generosos en aumentar las nóminas, les recomendaría que se fijaran bien no fuesen a darles cabida otra vez a esos señores que tenían su visa y todo listo, hasta que los yankis vinieron y les cortaron la salida (APLAUSOS).

¡El país “libre”! Norteamérica; el país del “mundo libre”, el país “libre”, que no deja venir a nadie aquí; que se atemorizó y se asustó ante la posibilidad de que a Cuba pudiera venirse libremente, y prohibió el venir al país; e incluso condenó a elevadas sumas de multa a un valeroso periodista negro que se atrevió a venir a Cuba (APLAUSOS).  ¡Qué ridículo ha quedado ante nuestro país y nuestra Revolución el país “libre”!  ¡Qué ridículo, que no deja salir a nadie para visitar a Cuba!  ¡Frente al país que deja salir al que quiera y permite entrar al visitante de cualquier país del mundo que quiera!  ¡Que permite venir a los norteamericanos que quieran!  ¡Que no cierra sus fronteras a nadie!

¡Qué posición tan ridícula tienen frente a nuestra patria, frente a nuestro país!  ¡Y los que han quedado en una posición más ridícula aun son los últimos “embarcados”, los que se iban para el “mundo libre” y el “mundo libre” les tiró las puertas en las narices! (APLAUSOS).

Ahora, claro está, si quieren vivir aquí, no puede ser de vago, no puede ser de vago.  Aquí hay que trabajar (APLAUSOS).  Que no le anden buscando —no sé cómo dice el refrán— “la pata al gato”, “los cuatro pies al gato”, ustedes me entienden bien lo que yo quiero decir.  Que la Revolución no tiene ninguna obligación de tolerar vagos, no tiene ninguna obligación de tolerar parásitos; la Revolución sostiene al joven, al enfermo, al inválido, al viejo, todo para ellos; son los únicos que tienen derecho a vivir del trabajo de los demás:  los niños, los enfermos, los inválidos y los ancianos.  ¿Pero vagos, vagos viviendo de los demás? (EXCLAMACIONES DE:  “¡No!”) ¿Por qué? ¿Creen acaso que nuestro proletariado va a estar dispuesto a romperse la vida trabajando en nuestras fábricas y en nuestros campos produciendo para ellos?  ¿Qué derecho tienen?  ¡Ningún derecho! y que se despabilen, y que anden derecho, y que sepan que aquí tienen que trabajar para vivir (APLAUSOS).

Claro, por ahí anda un espécimen, otro subproducto que nosotros debemos de combatir.  Es ese joven que tiene 16, 17, 15 años, y ni estudia, ni trabaja; entonces, andan de lumpen, en esquinas, en bares, van a algunos teatros, y se toman algunas libertades y realizan algunos libertinajes.  Un joven que ni trabaje, ni estudie, ¿qué piensa de la vida?  ¿Piensa vivir de parásito?  ¿Piensa vivir de vago?  ¿Piensa vivir de los demás?  Si los imperialistas no los reciben allá en su “mundo libre”, que se preparen también a trabajar (APLAUSOS).

Ese subproducto del capitalismo tampoco lo toleramos.  Porque hay algunos burgueses que han dicho:  “no mando mis hijos a la escuela”.  Entonces, ni estudian ni trabajan.  Y a veces ni a las hijas.  ¿Qué porvenir les van a deparar a esas niñas?  ¿Tanto las quieren, que no las quieren ver convertidas en una estudiante o en una trabajadora?  ¿En qué las quieren ver convertidas?

(DEL PUBLICO LE DICEN ALGO AL DOCTOR CASTRO) Vamos a atender lo esencial, no desviarnos ahora en los detalles.

¿Y qué ocurre?  Que ese tipo existe, y los hay por ahí con responsabilidad de sus familiares, con responsabilidad de sus familiares, aprendiendo a lumpen, aprendiendo a vagos, aprendiendo a delincuentes.

Claro que no chocan contra la Revolución como sistema, pero chocan contra la ley, y de carambola se vuelven contrarrevolucionarios (RISAS).  Porque en la Revolución ven la ley, y ven el orden, son contrarrevolucionarios, y lo que son unos...  Bueno, lo que son todos los contrarrevolucionarios (EXCLAMACIONES Y APLAUSOS).  Porque son unos descarados, tan descarados como todos los contrarrevolucionarios.

Porque, señores, no se olviden de esto, sobre todo ustedes, jóvenes; no se olviden de esto, ténganlo siempre presente:  que al igual que la Revolución une lo mejor, lo más firme, lo más entusiasta, lo más valioso; la contrarrevolución aglutina a lo peor, desde el burgués hasta el mariguanero, desde el esbirro hasta el ratero, desde el dueño de central hasta el vago profesional, el vicioso; y todo ese elemento se junta para dar batalla a la ley, y a la Revolución, a la sociedad, para vivir de vagos, para estorbar.  Todo, lo peor, se junta.  No lo olviden nunca, no lo olviden nunca.

Entonces, mucha de esa gente están en esos sitios:  en los billares, en las esquinas, en los bares; quedan muchas cosas.  Pero hay que estudiarlas, hay que estudiarlas.  Lo importante es el principio, el principio de que no podemos permitirles aspirar a vagos.

 

(DEL PUBLICO LE DICEN:  “¡Los flojos de pierna, Fidel!”, “¡los homosexuales!”)

¡Un momento!  Es que ustedes no me han dejado completar la idea (RISAS y APLAUSOS).  Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos (RISAS); algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre.

Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución.  Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones (APLAUSOS).  La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones.

¿Jovencitos aspirantes a eso?  ¡No!  “Arbol que creció torcido...”, ya el remedio no es tan fácil.  No voy a decir que vayamos a aplicar medidas drásticas contra esos árboles torcidos, pero jovencitos aspirantes, ¡no!

Hay unas cuantas teorías, yo no soy científico, no soy un técnico en esa materia (RISAS), pero sí observé siempre una cosa:  que el campo no daba ese subproducto.  Siempre observé eso, y siempre lo tengo muy presente.

Estoy seguro de que independientemente de cualquier teoría y de las investigaciones de la medicina, entiendo que hay mucho de ambiente, mucho de ambiente y de reblandecimiento en ese problema.  Pero todos son parientes:  el lumpencito, el vago, el elvispresliano, el “pitusa” (RISAS).

¿Y qué opinan ustedes, compañeros y compañeras?  ¿Qué opina nuestra juventud fuerte, entusiasta, enérgica, optimista, que lucha por un porvenir, dispuesta a trabajar por ese porvenir y a morir por ese porvenir?  ¿Qué opina de todas esas lacras? (EXCLAMACIONES). 

 

28 de febrero de 2023

DOS DISCURSOS CON EL MISMO OBJETIVO: SILENCIAR # 1

Discurso por el Tercer Aniversario de la Marcha sobre Roma 

BENITO MUSSOLINI

Nota del compilador de este documento:

Un análisis, en algunos puntos, bastante lúcido sobre la complejidad de la realidad social italiana, y a la que se da una respuesta totalmente inadecuada y estrambótica a través de la famosa fórmula: Todo en el Estado, Nada fuera del Estado, Nada en Contra del Estado. Desafortunadamente, esta fórmula parece seguir siendo válida hoy en día, aunque no en la forma descarada y cruda de los tiempos del fascismo. Hoy, a través del estado burocrático-benefactor, se ha logrado un entumecimiento de los cerebros que no augura nada bueno si una crisis profunda hace que demasiadas personas vuelvan a confiar en que un nuevo tonto pueda resolverlo todo.

AVISO - Aunque estoy de acuerdo con el mensaje, el sitio Gladiolo Soy no es responsable de Nota del compilador de este documento.  



Milán, Italia 28 de octubre de 1925

¡Senador distinguido! ¡Milanés!

Estoy muy conmovido por el honor que me está haciendo en este momento, me conmueven las palabras con las que usted, ilustre senador (el alcalde de Milán Sen. Mangiagalli), acompañó el obsequio, y le agradezco haber tenido la amabilidad de recordar mis escasos méritos para su ciudad, porque ya los había olvidado. Y los había olvidado porque, más que recordar el pasado, tengo la intención de prepararme para el futuro.

En cuanto a esta gran y poderosa ciudad, he apresurado la solución de algunas cuestiones que, con un elegante cliché, se dice que son de larga duración precisamente porque pasan de un año a otro, y pasan de un año a otro, sin llegar nunca a a una conclusión. Y tengo la inmodestia de decir que lo que hice por Milán, lo hice, lo hicimos, por toda Italia.

Si miro hacia atrás en estos tres años de arduo trabajo y gran responsabilidad, tengo la conciencia tranquila porque siento que he proporcionado una cantidad impresionante de obras a la nación. No quiero decir que todo lo que se ha hecho sea perfecto. ¿Pero cómo podría ser? Basta pensar que en tres años hemos tomado nada menos que tres mil medidas administrativas, políticas y legislativas. También tiene la intención de que si tuviéramos que someter cada una de estas disposiciones a la discusión y aprobación de una asamblea parlamentaria compuesta por 535 personas respetables, hoy nos encontraríamos sin haber logrado nada.

Hay quienes reprochan al partido gobernante de haber impuesto una rígida disciplina a la nación. Es verdad. Lo reconozco y me glorío en ello. Es una disciplina de estado de guerra.
Me dirás: ‘Pero la guerra terminó, y terminó gloriosamente con una espléndida victoria en octubre-noviembre de 1918’. Respondo que la guerra militar ha terminado, pero la guerra entendida como una competencia de personas en la arena de la civilización mundial, sigue.

Hay tres tipos de razones que imponen esta disciplina: razones de orden político, de orden económico, de orden moral.
Un hombre de gobierno debe estar atento, y atento no solo a los discursos que se hacen en las ceremonias oficiales, sino también a todo lo que se elabora en la masa profunda de los pueblos. Hay corrientes en otros lugares que aún no se resignan al hecho consumado de nuestras fronteras. Habrá que decir de una vez por todas, de una vez por todas, que si hay fronteras sagradas, son las que alcanzamos con la guerra, y yo añadiría que si mañana estuvieran en juego estas fronteras, le pediría a Su Majestad el Rey que desenvainara su espada.

Hay razones económicas que dictan disciplina. No tenemos por qué esconderlas: hemos atravesado y atravesamos un período de dificultades financieras; las superaremos pero debemos darnos cuenta, y debemos reaccionar con una sólida disciplina interna y externa a todas las tendencias que nos llevarían al descuido: debemos salvar nuestra moneda y para salvarla no debemos aumentar su volumen.

Finalmente, hay razones morales. Durante demasiado tiempo, la imagen del pueblo italiano reproducida en el extranjero fue la de un pueblo pequeño, desordenado, tumultuoso, inquieto. Hoy la imagen del pueblo italiano es fundamentalmente diferente; y lo que es más importante, el pueblo italiano, en su profunda masa de ciudades y campos, es perfectamente consciente de la necesidad de esta disciplina, y se resiste a todas las sugerencias y excitaciones de los hombres del antiguo régimen. Y este es el signo de la profunda madurez alcanzada por el pueblo italiano.

No deben creer, milaneses, que todo esto es el resultado de consideraciones accidentales. No. En el fondo hay un sistema, hay una doctrina, hay una idea. ¿Cual? Se ha dicho que el siglo XIX fue estúpido. No acepto esa definición. Generalmente no hay siglos estúpidos o inteligentes. Me atrevo a decir que, como en todos los individuos, incluyéndome a mí mismo, la inteligencia y la estupidez son intermitentes. Me niego a llamar estúpido a un siglo en el que Europa fue el gobernante de la civilización mundial, durante el cual se afirmaron industrias, artes, ciencia y milagros del espíritu como en una maravillosa primavera.

Para nosotros los italianos es importante recordar que, sin el resurgimiento de las ideas de libertad e independencia en que arrojó al mundo la gran fanática y sangrienta sacudida de Napoleón, probablemente no hubiéramos encontrado el fermento primitivo para luego alcanzar la independencia de la patria. Por tanto, admito que durante la primera mitad del siglo XIX el liberalismo fue una idea fuerte; pero hoy en día ya no es así, porque las condiciones del tiempo, medio ambiente y las personas han cambiado profundamente.

Otra idea fuerte es la de las reivindicaciones socialistas, y también está en declive. Todo lo que se llamó pomposamente socialismo científico no es más que un desastre y una ruina. Es la enorme, teatral y grotesca concepción de una humanidad dividida en dos clases irreconciliables; la morralla (gente del pueblo) en creciente miseria, y la concentración del capital. En realidad asistimos a un proceso precisamente opuesto; finalmente, la morralla (gente del pueblo) es la idea de palingenesia (regeneración) social.

Luego hubo una experiencia: la experiencia rusa, que finalmente fue la lápida colocada sobre los restos de esta doctrina. Nos enfrentamos a ideas que han agotado su fuerza motriz; nos enfrentamos, diría mejor, a la degeneración de estas ideas que el fascismo niega y supera.
La fuerza del fascismo consiste en esto: toma la parte vital de todos los programas, y tiene la fuerza para llevarlas a cabo. La idea central de nuestro movimiento es el Estado. El Estado es la organización política y jurídica de las sociedades nacionales, y se expresa en una serie de instituciones de diversa índole.

Nuestra fórmula es esta: 
TODO EN EL ESTADO, NADA FUERA DEL ESTADO, NADA CONTRA EL ESTADO.
Creo que la polémica política en Italia tomaría un rumbo diferente si uno se diera cuenta de un hecho, es decir, que en octubre de 1922 no hubo cambio de Ministerio, pero sí la creación de un nuevo régimen político. Hablaré claramente sobre este tema.
Este régimen político parte de un presupuesto indiscutible e intangible: la Monarquía y la Dinastía. Por lo demás, se trata de instituciones que no eran perfectas cuando surgieron, y que lo son aún menos hoy.

¡Caballeros! La Italia de 1925 no puede llevar el traje que le convenía al pequeño Piamonte de 1848. El propio Cavour, tras la promulgación del Estatuto, declaró que podía revisarse, modificarse, perfeccionarse.

¿Qué daño hemos sufrido de un jactancioso y pendenciero Parlamento? ¿Cuál es el remedio? Reducir el poder del Parlamento. Las asambleas nunca pueden adoptar grandes soluciones si antes no se han preparado adecuadamente. Una batalla la gana un solo general, o la pierde una asamblea de generales. Aún hay que tener en cuenta que la vida moderna, rápida y compleja presenta continuamente problemas. Cuando surgió el régimen liberal, las naciones modernas tenían entonces diez, quince millones de habitantes y pequeñas clases políticas restringidas, tomadas de un número específico de familias, con educación especial.

Hoy el entorno ha cambiado radicalmente. Los pueblos ya no pueden esperar; están acosados ​​por sus problemas, impulsados ​​por sus necesidades. Éstas son las razones por las que coloco el poder ejecutivo al frente de todos los poderes del estado; porque el poder ejecutivo es el poder omnipresente y omnipotente en la vida cotidiana de la nación.
Hay más: el régimen fascista se ha extendido y expandido por toda la nación, y ya no es solo un gobierno. Son setenta provincias, siete mil municipios, ochocientos mil miembros, dos millones de campesinos y obreros, trescientos mil soldados.

¡Caballeros! Este régimen solo puede ser derrocado por la fuerza. Quienes creen poder abrirse paso con pequeñas conspiraciones en el pasillo, o con ríos de tinta más o menos sucia, se engañan ellos mismos. Pasan los Ministerios. Pero un régimen nacido de una revolución aplasta todos los intentos de contrarrevolución, y lleva a cabo todos sus esfuerzos y logros. Lo que solía llamarse rotación de cartera, ya no existe. Y cuando vuelva a comenzar mañana, solo podría tener lugar dentro del Partido Nacional Fascista.

¡Milanés! ¿A dónde vamos en este siglo? Deben establecerse metas para tener el coraje de alcanzarlas. El siglo pasado fue el siglo de nuestra independencia. El siglo actual debe ser el siglo de nuestro poder. Poder en todos los campos, desde el material hasta el espiritual. Pero, ¿cuál es la llave mágica que abre la puerta al poder? La voluntad disciplinada. Entonces, te das cuenta de cómo Italia logra hoy el prodigio de ver, después de un siglo de intentos, guerras, sacrificios, mártires, al pueblo italiano que entra en el escenario de la historia y cambia con la conciencia de su destino. Ya no es la población dividida, como hace un siglo, en siete estados, esa población que se convirtió en pueblo. Luego el pueblo, mediante el sacrificio de la guerra, se convirtió en una nación. Hoy la nación se da a sí misma su marco legal, político y moral y se convierte en estado.

Ahora estamos en la cima perfecta. Todo esto nos impone unos deberes ásperos, y un alto y consciente sentido de responsabilidad no solo colectiva, sino también individual. Cada uno de ustedes debe considerarse un soldado; un soldado incluso cuando no está vestido de gris verdoso, un soldado incluso cuando trabaja en la oficina, en los talleres, en los patios o en el campo; un soldado vinculado al resto del ejército; una molécula que siente y pulsa con todo el organismo.

¡Caballeros! Creo firmemente en el destino de poder que le espera a nuestra joven nación. Y todos mis esfuerzos, todos mis esfuerzos, mis ansiedades, mis dolores están dirigidos a este fin. ¿De dónde viene este sentimiento de confianza, de confianza inquebrantable en mí? Hay algo fatal en la marcha de nuestro pueblo. Pienso en el camino recorrido durante un siglo; pienso que los primeros levantamientos por la independencia italiana fueron en 1821, y que la insurrección fascista fue en 1922. En un siglo hemos logrado avances gigantescos. Hoy este movimiento se ha acelerado; acelerado por nuestra voluntad, y todo el pueblo participa en este esfuerzo.

Ganaremos: porque esa es nuestra voluntad precisa. El Gobierno se considera el Estado Mayor de la nación que trabaja arduamente en la obra civil de la paz. El Gobierno no duerme porque no permite que los ciudadanos sean sillones; el Gobierno es duro, porque considera que los enemigos del estado no tienen derecho de ciudadanía en el estado; el Gobierno es inflexible, porque siente que en estos tiempos de hierro sólo pueden marchar voluntades inflexibles. Todo lo demás es niebla, que se dispersa con los primeros rayos de sol.

¡Caballeros! He terminado, porque quiero mostrar mi respeto a su ilustre Alcalde imitándolo también en la tacitiana* sobriedad de su discurso. Nos separamos después de una hora vivida en una comunión inolvidable. Nos vamos con una vibración de sentimientos profundos en el alma: el Resurgimento, la Guerra, la Victoria, el Fascismo. Todo esto está en lo profundo del pueblo, todo esto existe, todo esto es materia viva y vital de nuestra historia.

¡En marcha, oh milaneses, los hijos de una ciudad que resume en gran medida el destino de Italia!

¡En marcha, y no paremos hasta alcanzar los últimos objetivos!


*tacitiana (de Tácito 56 AD’120 AD, historiador y político romano)




DOS DISCURS0S CON EL MISMO OBJETIVO: SILENCIAR # 2

Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Ministro del Gobierno Revolucionario y Secretario del PURSC, como conclusión 
de las reuniones con los intelectuales cubanos, efectuada en la 
Biblioteca Nacional el 16, 23 y 30 de junio de 1961.

FIDEL CASTRO RUZ


Compañeras y compañeros:

Después de tres sesiones en que se ha estado discutiendo este problema, en que se han planteado muchas cosas de interés, que muchas de ellas han sido discutidas aunque otras hayan quedado sin respuesta —aunque materialmente era imposible abordar todas y cada una de las cosas que se han planteado—, nos ha tocado a nosotros, a la vez, nuestro turno; no como la persona más autorizada para hablar sobre esta materia, pero sí, tratándose de una reunión entre ustedes y nosotros, por la necesidad de que expresemos aquí también algunos puntos de vista.
Teníamos mucho interés en estas discusiones. Creo que lo hemos demostrado con eso que llaman "una gran paciencia" (RISAS). Y en realidad no ha sido necesario ningún esfuerzo heroico, porque para nosotros ha sido una discusión instructiva y, sinceramente, ha sido también amena.

Desde luego que en este tipo de discusión en la cual nosotros formamos parte también, los hombres del gobierno —o por lo menos particularmente en este caso, en el mío— no estamos en las mejores ventajas para discutir sobre las cuestiones en que ustedes se han especializado. Nosotros, por el hecho de ser hombres de gobierno y ser agentes de esta Revolución, no quiere decir que estemos obligados ...Quizás estamos obligados, pero en realidad no quiere decir que tengamos que ser peritos sobre todas las materias. Es posible que si hubiésemos llevado a muchos de los compañeros que han hablado aquí a alguna reunión del Consejo de Ministros a discutir los problemas con los cuales nosotros estamos más familiarizados, se habrían visto en una situación similar a la nuestra.

Nosotros hemos sido agentes de esta Revolución, de la revolución económico-social que está teniendo lugar en Cuba. A su vez, esa revolución económico-social tiene que producir inevitablemente también una revolución cultural en nuestro país.
Por nuestra parte, hemos tratado de hacer algo. Quizás en los primeros instantes de la Revolución había otros problemas más urgentes que atender. Podríamos hacernos también una autocrítica al afirmar que habíamos dejado un poco de lado la discusión de una cuestión tan importante como esta.

No quiere decir que la habíamos olvidado del todo: esta discusión —que quizás el incidente a que se ha hecho referencia aquí reiteradamente contribuyó a acelerarla— ya estaba en la mente del gobierno. Desde hacía meses teníamos el propósito de convocar a una reunión como esta para analizar el problema cultural. Los acontecimientos que han ido sucediendo —y sobre todo los últimos acontecimientos— fueron la causa de que no se hubiese efectuado con anterioridad. Sin embargo, el gobierno revolucionario había ido tomando algunas medidas que expresaban nuestra preocupación por este problema.

Algo se ha hecho, y varios compañeros en el gobierno en más de una ocasión han insistido en la cuestión. Por lo pronto puede decirse que la Revolución en sí misma trajo ya algunos cambios en el ambiente cultural: las condiciones de los artistas han variado.
Yo creo que aquí se ha insistido un poco en algunos aspectos pesimistas. Creo que aquí ha habido una preocupación que se va más allá de cualquier justificación real sobre este problema. Casi no se ha insistido en la realidad de los cambios que han ocurrido con relación al ambiente y a las condiciones actuales de los artistas y de los escritores.

Comparándolo con el pasado, es incuestionable que los artistas y escritores cubanos no se pueden sentir como en el pasado, y que las condiciones del pasado eran verdaderamente deprimentes en nuestro país para los artistas y escritores.
Si la Revolución comenzó trayendo en sí misma un cambio profundo en el ambiente y en las condiciones, ¿por qué recelar de que la Revolución que nos trajo esas nuevas condiciones para trabajar pueda ahogar esas condiciones? ¿Por qué recelar de que la Revolución vaya precisamente a liquidar esas condiciones que ha traído consigo?

Es cierto que aquí se está discutiendo un problema que no es un problema sencillo. Es cierto que todos nosotros tenemos el deber de analizarlo cuidadosamente. Esto es una obligación tanto de ustedes como de nosotros.
No es un problema sencillo, puesto que es un problema que se ha planteado muchas veces y se ha planteado en todas las revoluciones. Es una madeja —pudiéramos decir— bastante enredada, y no es fácil de desenredar esa madeja. Es un problema que tampoco nosotros vamos fácilmente a resolver.

Los distintos compañeros han expresado aquí un sinnúmero de puntos de vista, y los han expresado cada uno de ellos con sus argumentos.
El primer día habla un poco de temor a entrar en el tema, y por eso fue necesario que nosotros les pidiésemos a los compañeros que abordaran el tema, que aquí cada cual explicara sus temores, que aquí cada cual dijera lo que le inquietaba.
En el fondo, si no nos hemos equivocado, el problema fundamental que flotaba aquí en el ambiente era el problema de la libertad para la creación artística. También cuando han visitado a nuestro país distintos escritores, sobre todo no solo escritores literarios, sino escritores políticos, nos, han abordado esta cuestión más de una vez. Es indiscutible que ha sido un tema discutido en todos los países donde han tenido lugar revoluciones profundas como la nuestra.

Casualmente, un rato antes de regresar a este salón, un compañero nos traía un folleto donde en la portada o al final aparece un pequeño diálogo sostenido con nosotros por Sartre y que el compañero Lisandro Otero recogió con el título de "Conversaciones en la Laguna", en Revolución, martes 8 de marzo de 1960. Una cuestión similar nos planteó en otra ocasión Wright Mills, el escritor norteamericano.
Debo confesar que en cierto sentido estas cuestiones nos agarraron a nosotros un poco desprevenidos. Nosotros no tuvimos nuestra "Conferencia de Yenán" con los artistas y escritores cubanos durante la Revolución. En realidad esta es una revolución que se gestó y llegó al poder en un tiempo —puede decirse— récord. Al revés de otras revoluciones, no tenía todos los problemas resueltos. Y una de las características de la Revolución ha sido, por eso, la necesidad de enfrentarse a muchos problemas apresuradamente.

Y nosotros somos como la Revolución, es decir, que nos hemos improvisado bastante. Por eso no puede decirse que esta Revolución haya tenido ni la etapa de gestación que han tenido otras revoluciones, ni los dirigentes de la Revolución la madurez intelectual que han tenido los dirigentes de otras revoluciones.
Nosotros creemos que hemos contribuido en la medida de nuestras fuerzas a los acontecimientos actuales de nuestro país. Nosotros creemos que con el esfuerzo de todos estamos llevando adelante una verdadera revolución, y que esa revolución se desarrolla y parece llamada a convertirse en uno de los acontecimientos importantes de este siglo. Sin embargo, a pesar de esa realidad, nosotros, que hemos tenido una participación importante en esos acontecimientos, no nos creemos teóricos de las revoluciones ni intelectuales de las revoluciones.

Si los hombres se juzgan por sus obras, tal vez nosotros tendríamos derecho a considerarnos con el mérito de la obra que la Revolución en sí misma significa, y sin embargo no pensamos así. Y creo que todos debiéramos tener una actitud similar. Cualesquiera que hubiesen sido nuestras obras, por meritorias que puedan parecer, debemos empezar por situarnos en esa posición honrada de no presumir que sabemos más que los demás, de no presumir que hemos alcanzado todo lo que se puede aprender, de no presumir que nuestros puntos de vista son infalibles y que todos los que no piensen exactamente igual están equivocados. Es decir, que nosotros debemos situarnos en esa posición honrada, no de falsa modestia, sino de verdadera valoración de lo que nosotros conocemos. Porque si nos situamos en ese punto, creo que será más fácil marchar acertadamente hacia adelante. Y creo que si todos nos situamos en ese punto —ustedes y nosotros—, entonces, ante esa realidad, desaparecerán actitudes personales y desaparecerá esa cierta dosis de personalismo que ponemos en el análisis de estos problemas.

En realidad, ¿qué sabemos nosotros? En realidad nosotros todos estamos aprendiendo. En realidad nosotros todos tenemos mucho que aprender.
Y nosotros no hemos venido aquí, por ejemplo, a enseñar. Nosotros hemos venido también a aprender. Había ciertos miedos en el ambiente, y algunos compañeros han expresado esos temores. En realidad a veces teníamos la impresión de que estábamos soñando un poco, teníamos la impresión de que nosotros no hemos acabado de poner bien los pies sobre la tierra. Porque si alguna preocupación a nosotros nos embarga ahora, si algún temor, es con respecto a la Revolución misma. La gran preocupación que todos nosotros debemos tener es la Revolución en sí misma. ¿O es que nosotros creemos que hemos ganado ya todas las batallas revolucionarias? ¿Es que nosotros creemos que la Revolución no tiene enemigos? ¿Es que nosotros creemos que la Revolución no tiene peligros?

¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación de todo ciudadano? ¿La preocupación de que la Revolución vaya a desbordar sus medidas, de que la Revolución vaya a asfixiar el arte, de que la Revolución vaya a asfixiar el genio creador de nuestros ciudadanos, o la preocupación por parte de todos debe ser la Revolución misma? ¿Los peligros reales o imaginarios que puedan amenazar el espíritu creador, o los peligros que puedan amenazar a la Revolución misma?
No se trata de que nosotros vayamos a invocar ese peligro como un simple argumento. Nosotros señalamos que el estado de ánimo de todos los ciudadanos del país y que el estado de ánimo de todos los escritores y artistas revolucionarios, o de todos los escritores y artistas que comprenden y justifican a la Revolución, es qué peligros puedan amenazar a la Revolución y qué podemos hacer por ayudar a la Revolución.

Nosotros creemos que la Revolución tiene todavía muchas batallas que librar, y nosotros creemos que nuestro primer pensamiento y nuestra primera preocupación debe ser qué hacemos para que la Revolución salga victoriosa. Porque lo primero es eso: lo primero es la Revolución misma. Y después, entonces, preocuparnos por las demás cuestiones.
Esto no quiere decir que las demás cuestiones no deban preocuparnos, pero que el estado de ánimo nuestro —tal como es al menos el nuestro— es preocuparnos fundamentalmente primero por la Revolución.
El problema que aquí se ha estado discutiendo —y que lo vamos a abordar— es el problema de la libertad de los escritores y de los artistas para expresarse. El temor que aquí ha inquietado es si la Revolución va a ahogar esa libertad, es si la Revolución va a sofocar el espíritu creador de los escritores y de los artistas.

Se habló aquí de la libertad formal. Todo el mundo estuvo de acuerdo en el problema de la libertad formal. Es decir, todo el mundo estuvo de acuerdo —y creo que nadie duda— acerca del problema de la libertad formal.
La cuestión se hace más sutil y se convierte verdaderamente en el punto esencial de la cuestión, cuando se trata de la libertad de contenido. Es ahí el punto más sutil, porque es el que está expuesto a las más diversas interpretaciones. Es el punto más polémico de esta cuestión: si debe haber o no una absoluta libertad de contenido en la expresión artística.
Nos parece que algunos compañeros defienden ese punto de vista. Quizás el temor a eso que llamaban prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas, autoridades para decidir sobre la cuestión.

Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad, que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de alguno es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser.
¿Dónde puede estar la razón de ser de esa preocupación? Puede verdaderamente preocuparse por este problema quien no esté seguro de sus convicciones revolucionarias. Puede preocuparse por ese problema quien tenga desconfianza acerca de su propio arte, quien tenga desconfianza acerca de su verdadera capacidad para crear.

Y cabe preguntarse si un revolucionario verdadero, si un artista o intelectual que sienta la Revolución y que esté seguro de que es capaz de servir a la Revolución puede plantearse este problema. Es decir, que el campo de la duda no queda ya para los escritores y artistas verdaderamente revolucionarios; el campo de la duda queda para los escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sientan tampoco revolucionarios (APLAUSOS).

Y es correcto que un escritor y artista que no sienta verdaderamente como revolucionario se plantee ese problema, es decir, que un escritor y artista honesto, honesto, que sea capaz de comprender toda la razón de ser y la justicia de la Revolución, se plantee este problema. Porque el revolucionario pone algo por encima de todas las demás cuestiones, el revolucionario pone algo por encima aun de su propio espíritu creador, es decir: pone la Revolución por encima de todo lo demás. Y el artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución (APLAUSOS).

Nadie ha supuesto nunca que todos los hombres o todos los escritores o todos los artistas tengan que ser revolucionarios, como nadie puede suponer que todos los hombres o todos los revolucionarios tengan que ser artistas, ni tampoco que todo hombre honesto, por el hecho de ser honesto, tenga que ser revolucionario. Revolucionario es también una actitud ante la vida, revolucionario es también una actitud ante la realidad existente. Y hay hombres que se resignan a esa realidad, hay hombres que se adaptan a esa realidad; y hay hombres que no se pueden resignar ni adaptar a esa realidad y tratan de cambiarla: por eso son revolucionarios.

Pero puede haber hombres que se adapten a esa realidad y ser hombres honestos, solo que su espíritu no es un espíritu revolucionario, solo que su actitud ante la realidad no es una actitud revolucionaria. Y puede haber, por supuesto, artistas —y buenos artistas— que no tengan ante la vida una actitud revolucionaria.
Y es precisamente para ese grupo de artistas e intelectuales para quienes la Revolución en sí constituye un hecho imprevisto, un hecho nuevo, un hecho que incluso puede afectar su ánimo profundamente. Es precisamente para ese grupo de artistas y de intelectuales que la Revolución puede constituir un problema que se le plantea.

Para un artista o intelectual mercenario, para un artista o intelectual deshonesto, no sería nunca un problema. Ese sabe lo que tiene que hacer, ese sabe lo que le interesa, ese sabe hacia dónde tiene que marcharse. El problema lo constituye verdaderamente para el artista o el intelectual que no tiene una actitud revolucionaria ante la vida y que, sin embargo, es una persona honesta.
Claro está que quien tiene esa actitud ante la vida, sea o no sea revolucionario, sea o no sea artista, tiene sus fines, tiene sus objetivos. Y todos nosotros podemos preguntarnos sobre esos fines y esos objetivos. Esos fines y esos, objetivos se dirigen hacia el cambio de esa realidad, esos fines y esos objetivos se dirigen hacia la redención del hombre; es precisamente el hombre, el semejante, la redención de su semejante, lo que constituye el objetivo de los revolucionarios.

Si a los revolucionarios nos preguntan qué es lo que más nos importa, nosotros diremos: el pueblo. Y siempre diremos: el pueblo. El pueblo en su sentido real, es decir, esa mayoría del pueblo que ha tenido que vivir en la explotación y en el olvido más cruel. Nuestra preocupación fundamental siempre serán las grandes mayorías del pueblo, es decir, las clases oprimidas y explotadas del pueblo. El prisma a través del cual nosotros lo miramos todo es ese: para nosotros será bueno lo que sea bueno para ellos; para nosotros será noble, será bello y será útil todo lo que sea noble, sea útil y sea bello para ellos.

Si no se piensa así, si no se piensa por el pueblo y para el pueblo, es decir, si no se piensa y no se actúa para esa gran masa explotada del pueblo, para esa gran masa a la que se desea redimir, entonces sencillamente no se tiene una actitud revolucionaria. Al menos ese es el cristal a través del cual nosotros analizamos lo bueno y lo útil y lo bello de cada acción. Comprendemos que debe ser una tragedia para alguien que comprenda esto y, sin embargo, se tenga que reconocer incapaz de luchar por eso. Nosotros somos o creemos ser hombres revolucionarios; quien sea más artista que revolucionario no puede pensar exactamente igual que nosotros. Nosotros luchamos por el pueblo y no padecemos ningún conflicto, porque luchamos por el pueblo y sabemos que podemos lograr los propósitos de nuestras luchas.

El pueblo es la meta principal. En el pueblo hay que pensar primero que en nosotros mismos. Y esa es la única actitud que puede definirse como una actitud verdaderamente revolucionaria.
Y para aquellos que no puedan tener o no tengan esa actitud, pero que son personas honradas, es para quienes constituye el problema a que hacíamos referencia. Y de la misma manera que para ellos la Revolución constituye un problema, ellos constituyen también para la Revolución un problema del cual la Revolución debe preocuparse.

Aquí se señaló con acierto el caso de muchos escritores y artistas que no eran revolucionarios, pero que sin embargo eran escritores y artistas honestos; que además querían ayudar a la Revolución; que además a la Revolución le interesaba su ayuda; que querían trabajar para la Revolución y que a su vez a la Revolución le interesaba que ellos aportaran sus conocimientos y su esfuerzo en beneficio de la misma. Es más fácil apreciar esto cuando se analizan los casos peculiares. Y entre esos casos peculiares hay un sinnúmero de casos que no son tan fáciles de analizar.

Pero aquí habló un escritor católico, planteó lo que a él le preocupaba, y lo dijo con toda claridad. El preguntó si él podía hacer una interpretación desde su punto de vista idealista de un problema determinado, o si él podía escribir una obra defendiendo esos puntos de vista suyos; él con toda franqueza señaló si dentro de un régimen revolucionario él podía expresarse dentro de esos sentimientos, de acuerdo con esos sentimientos. Planteó el problema de una forma que puede considerarse simbólica; a él lo que le preocupaba era saber si él podía escribir de acuerdo con esos sentimientos o de acuerdo con esa ideología, que no era precisamente la ideología de la Revolución; que él estaba de acuerdo con la Revolución en las cuestiones económicas o sociales, pero que tenía una posición filosófica distinta a la filosofía de la Revolución.
Y ese es un caso digno de tenerse muy en cuenta, porque es precisamente un caso representativo de esa zona de escritores y de artistas que tenían una disposición favorable con respecto a la Revolución y que deseaban saber qué grado de libertad tenían, dentro de las condiciones revolucionarias, para expresarse de acuerdo con esos sentimientos.

Ese es el sector que constituye para la Revolución el problema, de la misma manera que la Revolución constituye para ellos un problema. Y es deber de la Revolución preocuparse por esos casos, es deber de la Revolución preocuparse por la situación de esos artistas y de esos escritores. Porque la Revolución debe tener la aspiración de que marchen junto a ella no solo todos los revolucionarios, no solo todos los artistas e intelectuales revolucionarios. Es posible que los hombres y las mujeres que tengan una actitud realmente revolucionaria ante la realidad, no constituyan el sector mayoritario de la población: los revolucionarios son la vanguardia del pueblo. Pero los revolucionarios deben aspirar a que marche junto a ellos todo el pueblo. La Revolución no puede renunciar a que todos los hombres y mujeres honestos, sean o no escritores o artistas, marchen junto a ella; la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario; la Revolución debe tratar de ganar para sus ideas a la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo, a contar no solo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos, que aunque no sean revolucionarios —es decir, que no tengan una actitud revolucionaria ante la vida—, estén con ella. La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios.
Y la Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo, la Revolución tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores. La Revolución tiene que comprender esa realidad, y por lo tanto debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse. Es decir, dentro de la Revolución. Esto significa que 
DENTRO DE LA REVOLUCION, TODO; CONTRA LA REVOLUCION, NADA. 
Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir. Y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie —por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera—, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella. Creo que esto es bien claro. ¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho (APLAUSOS).
Y esto no sería ninguna ley de excepción para los artistas y para los escritores. Esto es un principio general para todos los ciudadanos, es un principio fundamental de la Revolución. Los contrarrevolucionarios, es decir, los enemigos de la Revolución, no tienen ningún derecho contra la Revolución, porque la Revolución tiene un derecho: el derecho de existir, el derecho a desarrollarse y el derecho a vencer. ¿Quién pudiera poner en duda ese derecho de un pueblo que ha dicho "iPatria o Muerte!", es decir, la Revolución o la muerte, la existencia de la Revolución o nada, de una Revolución que ha dicho "¡Venceremos!"? Es decir, que se ha planteado muy seriamente un propósito, y por respetables que sean los razonamientos personales de un enemigo de la Revolución, mucho más respetables son los derechos y las razones de una revolución tanto más, cuanto que una revolución es un proceso histórico, cuanto que una revolución no es ni puede ser obra del capricho o de la voluntad de ningún hombre, cuanto que una revolución solo puede ser obra de la necesidad y de la voluntad de un pueblo. Y frente a los derechos de todo un pueblo, los derechos de los enemigos de ese pueblo no cuentan.