El tema de la discriminación racial no es fácil de tratar con ecuanimidad. El racismo, en sus diversas manifestaciones, está arraigado tanto en las sociedades desarrolladas, como en las menos avanzadas. A menudo infructuosamente, estas últimas han aspirado con fervor a lograr cambios económicos y sociales radicales. Enarbolados principios de libertad e igualdad han derivado luego en indigestiones de sus crudas realidades. En general, las soluciones han sido pobres; o peor aún, evadidas abiertamente por élites enfocadas en mantener su poder.
Es cierto que no es fácil cambiar y potenciar la mente humana con mejores ideas y principios. Sobre todo si un país está en desarrollo, y su propósito de avanzar está gravado con miríada de eslóganes vacíos y soluciones poco prácticas; sin olvidar el vaivén y la vacilación en cuanto al rumbo correcto a seguir. Esto último causado por el temor a los conflictos internos de carácter ideológico y político.
Por supuesto, la evolución del movimiento LGBTQ+ en Cuba tampoco ha escapado a la tara de la discriminación racial. En su conciencia, el racista oculto, apoderado o no, justifica el rechazo y cuestionamiento de esta realidad porque la considera divisiva y peligrosa para la estabilidad nacional. No obstante, en este asunto juega un papel esencial el disgusto personal, la liviandad de propósito y el prejuicio ancestral incrustado en su psiquis.
Es cierto que no es fácil cambiar y potenciar la mente humana con mejores ideas y principios. Sobre todo si un país está en desarrollo, y su propósito de avanzar está gravado con miríada de eslóganes vacíos y soluciones poco prácticas; sin olvidar el vaivén y la vacilación en cuanto al rumbo correcto a seguir. Esto último causado por el temor a los conflictos internos de carácter ideológico y político.
Por supuesto, la evolución del movimiento LGBTQ+ en Cuba tampoco ha escapado a la tara de la discriminación racial. En su conciencia, el racista oculto, apoderado o no, justifica el rechazo y cuestionamiento de esta realidad porque la considera divisiva y peligrosa para la estabilidad nacional. No obstante, en este asunto juega un papel esencial el disgusto personal, la liviandad de propósito y el prejuicio ancestral incrustado en su psiquis.
Hay quien llama solemnemente por una Unidad en abstracto, ignorando a menudo la parte más controversial e importante de esa ecuación dialéctica: la Lucha. A menudo ignorado, éste componente del desarrollo no necesariamente implica caos o destrucción si su uso, conceptual y práctico, se aplica con metódica e inteligente valentía. Unidad no existe sin acompañamiento de Lucha. Forman una dualidad inevitable e irrefutable. En el supuesto caso que Unidad exista forzadamente sin Lucha, no conduce a sitio alguno Eso fue demostrado filosófica y prácticamente hace mucho tiempo. ¿Por qué? Sucintamente, porque Unidad sin Lucha lleva al estancamiento y deterioro del desarrollo humano en todos los niveles: social, económico, intelectual, educativo, cultural, etc. Lo cual, paradójica e inevitablemente, lleva al caos desestabilizador que tanto aterroriza al "unificador". Como la mentira, puede correr por mucho tiempo, sólo para ser alcanzada por la verdad en un instante.
Trasfondo de la Unidad (en abstracto):
Unidad (en abstracto) = ¡no hagan olas que se hunde el bote!
Desafortunadamente, el racismo está "saludablemente" presente en la psique de la población cubana. En ocasiones, abiertamente; en otras, camuflado con hiriente sentido del humor. Es un problema grave que nunca ha sido confrontado en forma abierta, honesta, ni sistemáticamente. Como otros asuntos de la sociedad cubana sin resolver, el racismo ha sido enmascarado con esa noción de Unidad (en abstracto). No han sido efectivos los decretos constitucionales o las consignas igualitarias lanzadas; y menos aún, las negaciones de los que se consideran inculpables. En mayor o menor grado, la discriminación racial está presente en todos nosotros. Esto a pesar de que todos portamos, en nuestros cuerpos, manchas, pecas y otros recordatorios del origen común de la especie humana.
Recientemente, aunque en muy menor escala, experimenté la irracionalidad del racismo. Ocurrió en el contexto de una reunión familiar, y el hecho me hizo reflexionar y escribir sobre la experiencia.
Meses atrás decidí aprender más sobre la conformación étnica de mi ascendencia. Sentí curiosidad por explorar mi asumida cabalidad española. Existen diversas compañías, algunas comerciales y otras sin intenciones de lucro, especializadas en la materia. Contacté una de ellas y encargué un kit. El servicio no es caro, y el método de hacer la prueba es fácil. Consiste simplemente en frotar, con un cotonete, el interior de una de las mejillas. Éste debe ser colocado posteriormente en un pequeño receptáculo plástico acondicionado para ese uso. El receptáculo debe ser enviado por correo a su destino en un sobre especial.
Estas compañías requieren del cliente que acepte cláusulas que las liberan de responsabilidad. Esto último, para evitar riesgos legales en caso de que la información adquirida resulte ofensiva o menoscabadora. También advierten que pueden salir a luz asuntos con repercusiones engorrosas. Como es el caso de familiares disputándose herencias, propiedades, etcétera: puede descubrirse que, étnicamente, una o varias personas pudieran no formar parte del mismo clan familiar. Pero en mi caso, no creí que mis trastos fuesen motivo de disputas serias en el futuro. Así que ordené el kit, seguí las instrucciones pertinentes, y esperé impacientemente...
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